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Operación Antropoide: En Praga ingresamos a la cripta de la resistencia.

Era media mañana del 27 de mayo de 1942 cuando el auto de Reinhard Heydrich, el Reichsprotektor de Bohemia y Moravia y uno de los más poderosos líderes de las temibles SS, considerado incluso como un posible sucesor de Hitler, se acercaba en su auto oficial a la curva Holeschowitz en Praga, en la que tuvo que aminorar la velocidad para tomarla. Allí fue donde los comandos checos lanzaron su ataque, con una ametralladora primero, y una granada después. Fueron las esquirlas de ésta última las que hirieron al jerarca nazi y lo dejaron tendido en el suelo desangrándose. La Operación Antropoide había finalmente tenido lugar.

Se trató sin lugar a dudas de la más relevante de las acciones emprendidas por la resistencia checa frente al régimen nazi, y determinó la muerte del sanguinario Heydrich unos días después, el 4 de junio, luego de que se tardara en tratarlo a causa de su negativa a que lo atendieran médicos checos: solo podían examinarlo profesionales alemanes que tuvieron que viajar desde el Reich.

Pero la historia no termina allí. Habiendo logrado escapar los comandos checos del lugar del atentado, las SS se abocaron a una intensa búsqueda de los responsables. Sin embargo no lograron dar con su paradero, hasta que el Führer decidiera que en represalia por el asesinato de uno de sus preferidos, un pueblo entero checo debía desaparecer. Así todos los hombres de Lídice fueron fusilados, y las mujeres y niños trasladados a campos de concentración. Los asesinatos en masa que los nazis estaban llevando a cabo contra la población checa decidieron a Karel Curda, uno de los rebeldes que habían colaborado en el atentado, a delatar el escondite de los perpetradores.

Asi aparece en la historia del siglo XX la Iglesia de San Cirilo y Metodio, en la esquina de Resslova y Na Zderaze, en la que los prófugos estaban escondidos a la espera de que todo se calmara para poder volver a Londres. Y dentro de la iglesia, la cripta de la misma, donde se refugiaron una vez que estuvieron rodeados, y donde tuvieron lugar los hechos más dramáticos.

Desde el museo que hay en el lugar (donde puede conocerse el paso a paso y todos los detalles de la operación que culminó en la iglesia) se tiene acceso a la cripta en sí, el punto exacto donde se dieron los hechos y cuyo único contacto con el exterior era una claraboya desde la que los rebeldes contestaron durante horas los disparos de los nazis que, aún hoy, pueden verse claramente en la pared.

Ingresar allí es una sensación extraña. Más allá del encierro y la poca iluminación, saber que ahí resistieron y murieron los patriotas checos (algunos utilizando la última bala que les quedaba para suicidarse), y ver los bustos que los recuerdan a lo largo del túnel, es algo estremecedor. Cuando uno se sobrepone al primer impacto busca imaginarse las escenas de lucha, a los comandos trepados a la escalera por la cual alcanzaban la ventana para disparar y rechazar las mangueras de los bomberos que las SS estaban utilizando para inundar la cripta con agua y gases, con intención de ahogarlos.

En un extremo, si se mira hacia el techo se divisa con claridad la entrada por la que ingresaron los checos. Es apenas un hueco en el techo por donde, en un punto de la lucha, se asomó el traidor Curda para pedirles que se rindieran. La única respuesta que obtuvo fue una furiosa ráfaga de ametralladora.

Otro impacto fuerte es encontrar al final de la galería la escalera de acceso principal, flanqueada por la lápida con la que habían ocultado la entrada desde la iglesia. Por largas horas los nazis la confundieron con una tumba real y no pudieron ingresar al escondite, hasta que finalmente descubrieron el error y entraron en la cripta donde tuvo lugar el último tiroteo. Fueron 7 horas de lucha entre unos 800 soldados nazis y los 7 comandos checos que culminó con 6 ellos suicidándose en el último instante, mientras que el séptimo murió por las heridas de bala recibidas durante el intenso tiroteo.

Cuando uno recorre Europa suele encontrarse con vestigios de la Segunda Guerra Mundial todo el tiempo, pero hay ciertos lugares clave que es imprescindible conocer en detalle. La cripta de la Iglesia de San Cirilo y Metodio es sin lugar a dudas uno de ellos, así que a los que visiten Praga se la recomiendo. La entrada es libre y gratuita, así que no hay excusas.

Volviendo a Londres desde Praga con la low cost EasyJet.

El regreso a casa de la recorrida europea que hicimos a fines de 2019 comenzaba en la hermosa ciudad de Praga, de la que ya hablaremos más adelante, y nos llevaba a hacer una escala en Londres, más precisamente en el aeropuerto de Gatwick. Si bien la mayor parte de los tramos intraeuropeos del viaje los hicimos en tren, por la distancia entre estas dos capitales nos decidimos por el avión, aprovechando los precios de la low cost EasyJet.

El día en Praga había amanecido lloviendo, así que estaba ideal para dejar la ciudad sin remordimientos.

La llegada al aeropuerto de Praga fue algo accidentada. En primer lugar había mucho tránsito, con lo cual aconsejo a los que tengan que tomar un vuelo que salgan con tiempo desde el centro de la ciudad. En segundo lugar, me equivoqué y bajamos del Uber en la Terminal 2, que es la de los vuelos intraeuropeos, mientras que el nuestro, por no ser Gran Bretaña espacio Schengen (y ahora que escribo estas líneas, directamente no es más UE), salía de la Terminal 1.

Cambiamos de terminal sin mayor dificultad, caminando siempre por adentro del edificio hasta llegar a los mostradores de entrega de equipaje de EasyJet. Por supuesto, como siempre que se viaja en una low cost, fue importantísimo llevar el boarding pass previamente impreso, y una vez que despachamos las valijas nos dirigimos hacia el sector de los gates.

Es allí en el acceso a los gates donde se realiza el control de pasaporte para salir de la República Checa, el cual es uno a uno (nada de pasar dos personas al mostrador de migraciones, por más que viajen juntos). Claro que seguramente con menores la cosa sea diferente, pero no puedo asegurarlo. Igualmente, al ser de salida, el cuestionario no es demasiado rebuscado, y lo que más constatan es que uno sea el del pasaporte, y que éste sea válido.

Si bien ya estábamos en la zona de preembarque, hasta ese momento no sabíamos por qué puerta embarcábamos. Sólo teníamos la certeza de que era en el sector A, así que hacia allí nos dirigimos. Resultó ser un pasillo donde uno debe hacer la espera, rodeado de locales de free shop donde aprovechamos a gastar las últimas coronas que teníamos en efectivo comprando algo para tomar.

Chequeando los monitores nos enteramos que nuestra puerta asignada era la A8. Allí hicimos la cola para el control de seguridad, que se hace dentro del gate mismo. Cada uno tiene su propio scanner y detector de metales, que le sonaba a casi todo el mundo por lo que el proceso se hizo lento y engorroso. Cuando sonaba, los agentes de seguridad tomaban un papelito y lo pasaban por las manos y la cintura al pasajero, y luego lo introducían en un aparato que detecta rastros de estupefacientes. Por suerte a nadie se le prendió la luz roja.

La espera siguió dentro de la sala del gate, donde ya no hay ningún servicio a excepción del baño. El abordaje comenzó con 15 minutos de retraso.

Mientras los TCP hacían la demo de seguridad, el capitán tomó la palabra por altoparlante para anunciarnos que por congestión de tráfico aéreo la torre de control nos había asignado turno para despegar recién dentro de 25 minutos. Finalmente, el retraso total fue de una hora.

Acorde al tipo de compañía que habíamos elegido, el avión en el que estábamos era un A320 básico, sin wifi, sistema de entretenimiento ni pantallas. Los asientos no se reclinaban, y EasyJet ni siquiera se molesta en disimularlo: no hay botón alguno para intentarlo.

El día estaba tan gris como cuando dejamos el centro de Praga.

Una vez despegados comienza el servicio de abordo, que es 100% pago. Si no abonás, no recibís ni un vaso de agua, con lo cual no sería mala idea comprar bebida en el aeropuerto, e indicarle al vendedor que es para abordar, ya que así tomarán algunas medidas para que te permitan pasar por el control de seguridad. También pasan ofreciendo free shop, por supuesto. Pero en todos los casos los precios me parecieron bastante caros, así que optamos por esperar y buscar un mejor almuerzo en Londres.

A pesar de lo amanazante de las nubes el vuelo fue muy tranquilo. Claro que fue prácticamente nada lo que pudimos disfrutar de las vistas con el cielo tan nublado.

Cuando llegamos a Gatwick desembarcamos en una posición realmente alejada de la zona de control. Fue mucho lo que tuvimos que caminar hasta llegar al control de pasaportes, y en esa caminata obtuvimos la postal: un avión de la recientemente quebrada (en ese momento) Thomas Cook, convenientemente estacionado en una posición remota.

El segundo ingreso a Gran Bretaña (el primero fue con Norwegian desde Buenos Aires y podes leerlo haciendo click aquí) no tuvo nada de traumático. De dónde veníamos y cuántos días pasábamos en Londres fueron las dos consultas del agente de migraciones. Con la respuesta de que era una sola noche para tomar el vuelo final hacia casa, y que dormiríamos dentro del aeropuerto mismo, fue más que suficiente.

La Reina nos volvía a recibir sonriente, y rápidamente emprendimos la caminata hasta el hotel.