Archivo por meses: marzo 2021

La mejor noche de mi vida.

Los seguidores asiduos del blog habrán notado el cambio en la frecuencia de las publicaciones primero, y la ausencia total de nuevos posts desde hace unos 15 días, y se preguntarán ¿qué pasa con Ahicito Nomás? Bueno, en la vida hay momentos disruptivos que lo cambian todo, y personalmente hace 2 meses me tocó vivir el más maravilloso de todos ellos.

Tras una larga espera de 40 semanas, el primogénito Teo llegó y nos cambió la vida de forma rotunda. Estos últimos dos meses fueron de muchísimo aprendizaje para todos, y al menos para los papás, de muy poco dormir. Fueron días cargados de emoción donde el impulso de sentarse a registrar lo que se estaba viviendo siempre estuvo, pero nunca encontré el tiempo, como así tampoco hubo tiempo para seguir alimentando el blog como lo venía haciendo hasta ese momento.

Esa noche de hace dos meses la recuerdo como si hubiese sido ayer, y a la vez ya me parece sumamente lejana en el tiempo. Las contracciones que se iba acelerando con el transcurrir de los minutos, los llamados a la partera y finalmente el salir corriendo hacia la clínica, todo está nítidamente presente en mi memoria.

El nerviosismo estuvo contenido hasta ese momento donde la partera confirmó que nos internaban y me tocó ir a cambiarme para entrar a la sala de parto. Creo que es en ese momento, en la soledad de ese pequeño cuartito donde uno se disfraza de cirujano, cuando se cae en la cuenta de que en realidad está pasando. Llegó el momento, y mientras me cambio el corazón se acelera, me invade la ansiedad y me tomo un minuto para sentarme, cerrar los ojos, respirar profundo y pedir que todo vaya bien. Antes de guardar mis pertenencias en el locker tomo el celular y disparo un par de mensajes de Whatsapp avisando a la familia. Estoy apurado, nervioso, me tiemblan los dedos y los textos que transmite la red de telefonía móvil son ininteligibles pero estoy seguro de que del otro lado sabrán interpretarlos.

Entrar en la sala de parto es un shock. Contrastando con mi ansiedad y expectativas, en el quirófano todo es organización y calma. Y, para mi sorpresa, así lo fue durante todo el proceso que transcurrió casi con precisión de relojero suizo. «En media hora nace» se escuchó la voz experimentada de la partera, y se equivocó tan solo por 2 minutos.

El momento en que Teo se asomó a este nuevo mundo no voy a intentar describirlo; se que sería imposible. Solo puedo decir que ver por primera vez a tu hijo te genera una catarata de emociones que te caen todas juntas, y que me resultó inevitable que los ojos se me empañaran. Momento mágico y único que se extiende mientras él permanece sobre la madre, hasta que finalmente las enfermeras se lo llevan, conmigo siguiéndolas de cerca.

Pero seamos sinceros, el parto es de la madre. Nosotros solamente estamos de invitados. Apoyando, ayudando, dando fuerzas y transmitiéndole calma a la mamá y el bebé, invitados de lujo y fundamentales, pero invitados al fin. El momento del papá está al otro lado del pasillo, una vez que las enfermeras terminan los primeros controles y lo visten. Y finalmente, te indican que lo alces. El bebé llora sin parar. Está aturdido, no entiende qué pasa. Hace un instante estaba dentro de la panza, donde pasó los últimos 9 meses, y de pronto una luz blanca lo enceguece y varios desconocidos lo manosean. En ese estado de excitación extrema tomo a Teo en mis brazos con mucho cuidado, midiendo cada movimiento que imprimo a ese frágil cuerpo, lo poso sobre mi pecho para que sienta mi corazón y le susurro al oído «Tranquilo, Teo. Acá está papá». La fórmula que utilicé para calmarlo cuando se movía sin cesar en la panza, es mágica. Se tranquiliza instantáneamente y se que me reconoce. Y en ese instante el resto del mundo desaparece, ya nada me importa, sólo estamos él y yo.

Eran pasadas la 1:30 de la mañana y afuera diluviaba. La mejor noche de mi vida estaba, literalmente, en pañales.

El Museo del Ferrocarril, en la Estación Chascomús.

La vieja estación ferroviaria de Chascomús quedó desafectada del servicio en diciembre de 2014, momento en que el tren comenzó a operar desde la flamante estación ferroautomotora emplazada en la nueva traza. Sin embargo, el viejo edificio de estilo inglés no quedó sin vida, sino que en la actualidad alberga al Museo del Ferrocarril de la ciudad.

 

Se trata de un muy pequeño museo que se recorre rápidamente, pero que bien vale la pena visitar para conocer un poco más sobre la historia de Chascomús y entender cómo esta ciudad comenzó a cobrar importancia en base a la llegada del tren, que se dio en 1865.

Foto que muestra la espera de los pasajeros en la Estación Chascomús cuando era punta de rieles. Año 1875.

 

El 14 de diciembre de aquél año llegó a la estación la primer formación proveniente de Buenos Aires, en un viaje que tardaba cerca de 4 horas. Era toda una mejora para aquella época en la que llegar hasta Chascomús en carreta insumía unas 24 horas desde la capital federal. Funcionaban dos frecuencias, una por la mañana y otra por la tarde, lo que implicaba que con el nuevo servicio se podía ir y venir a Buenos Aires en el mismo día.

La sala de espera, hoy convertida en museo, muestra cómo era la sociedad en la época de su inauguración.

Chascomús era además una estación de gran importancia, ya que por un tiempo fue punta de rieles, es decir que allí terminaba el recorrido del ferrocarril. Para viajar más al sur había que transbordar a carreta, y esto valía tanto para pasajeros como para las mercaderías que debían transportarse. No es de extrañar, pues, que Chascomús comenzara a adquirir una gran importancia comercial con la llegada del tren, que funcionó en esta vieja estación de forma ininterrumpida por 149 años.

El telégrafo. Detrás se llega a ver parte de la enorme taquilla de boletos. Hoy en día ninguno de los dos es de utilidad.

El museo cuenta esta historia como así también da cuenta de cómo era la sociedad de Chascomús en aquellas épocas. Se exhiben distintas herramientas ferroviarias como también elementos de comunicación, entre los que destaca el telégrafo. Pero a mi lo que más me llamó la atención es la serie de posters de 1948 dedicados a la seguridad e higiene, o, en otras palabras, a evitar en la medida de lo posible los accidentes laborales. Un concepto muy común en la teoría hoy, pero en el que aún falta trabajar fehacientemente. Y fue una grata sorpresa ver como ya en la década del ’40 algo se hacía al respecto.

Detrás de las máquinas de escribir el panel con los distintos posters de concientización sobre normas de seguridad.

La vieja estación Chascomús estuvo originalmente regenteada por el Ferrocarril Sud, que la inauguró. Desde 1947 quedó bajo la administración del Ferrocarril General Roca hasta el año 1992, en el que la tomó la empresa Ferrobaires. De todo aquél movimiento de vagones y locomotoras, hoy solo queda el recuerdo y estos testimonios pueden encontrarse al ingresar el edificio.

El andén, llamativamente en curva, hoy sin pasajeros que esperan viajar a la capital.

Un museo simple, sin lujos, y hasta un tanto desordenado, pero que nos muestra una Chascomús que ya no conocemos.