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Navegamos el Río Paraná a bordo del Barco Ciudad de Rosario.

Mientras organizábamos el viaje a Rosario buscábamos actividades diferentes a las habituales. Recorrer la ciudad a pie, visitar el Monumento a  la Bandera y hasta subir a su mirador eran las obvias. En esa búsqueda surgió la idea de salir a navegar por el Paraná, y así encontramos este lindo paseo de dos horas que puede contratarse en el amarradero ubicado en la Costanera, casi frente al mismísimo Monumento.

El barco tiene capacidad para unas 350 personas distribuidas en los dos salones interiores (climatizados) y en las cubiertas exteriores, ideales estas últimas para la toma de fotos. Además cuenta con buffet donde se puede comprar un refrigerio o incluso algo para almorzar, detalle importante si se piensa en los horarios de salida: a las 14:30 y a las 17 hs. El abordaje se habilita a las 12 para los pasajeros del primer turno, y considerando que las ubicaciones las elige uno de acuerdo a lo disponible cuando se llega, para asegurarse un buen lugar es buena idea embarcar temprano y almorzar a bordo.

Igualmente a no volverse locos porque durante la travesía uno puede desplazarse por la embarcación casi sin restricciones, así que si te quedaste adentro podés salir para tomar buenas fotos; y si estás afuera y te agarró frío también podes meterte adentro. Lo único que se pide con insistencia es controlar a los niños, y que estén siempre acompañados de un mayor.

Una vez que zarpa el barco cruza el brazo principal del río con proa hacia las islas, que son territorio entrerriano ya que las boyas apostadas en el canal dividen Santa Fe de su provincia vecina. Una de las primeras islas es la que más llama la atención y obliga a atender a la guía que nos habla por los altavoces: es la Isla del Espinillo, el lugar donde Belgrano apostó la batería Independencia y el punto exacto en donde se izó por primera vez la bandera nacional. Del otro lado del río, sobre las barrancas rosarinas, en donde hoy se encuentra el imponente Monumento a la Bandera, la que se había instalado era la batería Libertad, pero no fue ella la que tuvo el honor que los libros de historia oficiales le adjudican.

El Ciudad de Rosario se interna de a poco en los angostos riachos y la navegación se vuelve un tanto complicada para tan grande embarcación, por lo que el capitán maniobra con cuidado y avanza lentamente. No como las lanchas que con su pequeño porte no tienen mucho problema para pasar zumbando al lado nuestro.

La guía profundiza conceptos a medida que nos adentramos en el delta y así nos enteramos que los movimientos del Paraná son un problema porque carcomen la costa horadando la isla y con el tiempo la hacen peligrar, incluso. Los isleños luchan contra la erosión del agua día a día utilizando diferentes métodos, siendo el más efectivo el aprovechar el punto máximo de las mareas bajas para apostar cubiertas viejas que luego se enredan entre las raíces de los árboles y los fijan al suelo. De esta forma se protege a las plantas más expuestas a ser arrancadas por las furiosas crecidas del río.

Mientras que por un lado el río amenaza con destruir las islas, por el otro también las crea. La corriente va amontonando camalotes en diferentes puntos del cauce donde comienzan a formar una especie de barrera que ayuda a acumular otros elementos, y en los cuales se van depositando semillas que en algún momento se transforman en vegetación. Así, con el correr de los años, nuevas islas se van formando, y el delta se mantiene en constante transformación.

La idea de que las islas desaparezcan de seguro no les causa ninguna gracia a los isleños que viven en ellas, ni tampoco a los rosarinos y entrerrianos que tienen allí sus casas de fin de semana, algunas de ellas con lujosos yates o veleros amarrados al frente.

La travesía alcanza su máxima extensión al llegar al puente Rosario – Victoria, una impresionante obra de infraestructura que une a ambas provincias. Con su tramo principal colgante sobre el río, el puente deja 300 metros libres para la navegación, mientras que a los costados está sostenido por enormes columnas. Su silueta se divisa a lo lejos y es todo un símbolo de la ciudad.

A partir de aquél punto comienza el regreso, esta vez por la margen del río que corresponde a la provincia de Santa Fé, costeando la ciudad de Rosario y permitiendo por lo tanto una imagen diferente de la misma, vista desde el agua. Se divisan lugares emblemáticos de la ciudad como ser el estadio de Rosario Central, las así llamadas Torres Gemelas, el Parque España, los silos y, por supuesto, el Monumento a la Bandera.

Sin embargo quizá lo más interesante tenga que ver con una boya solitaria en medio del río, identificada con una luz diferente. Esta boya no indica el límite del canal como sucede con las que se encuentran en el amarradero, sino que muestra el lugar donde yace un buque hundido, siendo de vital importancia para la navegación ya que el barco que no se aparte de ella podría terminar accidentado.

Como nosotros nos embarcamos en el primer turno, al llegar al amarradero nos encontramos con un montón de gente esperando para abordar. Los que salen a las 17 no tendrán tanto tiempo para buscar su lugar cómodamente, pero sí gozarán de la ventaja de poder observar el atardecer desde el río. Seguramente sea una experiencia interesante.

Por nuestro lado llegó la hora de bajar del barco y seguir recorriendo la ciudad, esta vez a pie. Y por el de ustedes, este post llega a su fin, pero los espero en el próximo para seguir descubriendo juntos la ciudad de Rosario.

Gouin, el pueblo rural de los pastelitos en la Provincia de Buenos Aires.

Saliendo de la Ciudad de Buenos Aires por el Acceso Oeste se llega luego de recorrer algo más de 100 kilómetros hasta el Partido de Carmen de Areco, dentro del cual encontramos el pequeño pueblo de Gouin.

Hacia principios del siglo XX la Compañía General de Ferrocarriles de la Provincia de Buenos Aires llevó adelante un emprendimiento de construcción a través del cual tuvo lugar la inauguración de la estación de tren del pueblo, en 1908. Sin embargo el proyecto no se limitaba únicamente a hacer llegar el ferrocarril hasta estos pagos, sino que la empresa adquirió tierras que fueron loteadas y vendidas en una subasta en el año 1909.

Según se sabe, la convocatoria (que incluía un almuerzo gratuito) atrajo a gran cantidad de gente que se acercó para participar del evento, dejando muy cortos los cálculos de los organizadores, y por ende, la cantidad de provisiones con las que contaban. El resultado era de esperar y no tiene gran diferencia con lo que podría suceder hoy en día ante un escenario así: la gente se ofuscó, y en la desesperación por hacerse de su merecida ración tiraron la carpa abajo, dando rienda suelta a los desmanes.

Más de un siglo después de estos hechos no quedan signos de aquella jornada agitada. Hoy en día Gouin es un pueblo tranquilo, con una pequeña plaza frente a la Capilla San Agustín, donde uno puede sentarse plácidamente a disfrutar de unos buenos mates en una tarde soleada de domingo.

En su interior la capilla es muy simple y amena, casi sin adornos a los que suelen tenernos acostumbradas las iglesias católicas. Igualmente, la imagen de su patrono vista incluso desde el exterior a través de la puerta abierta de par en par, impresiona.

Aquí podemos apreciarla de más cerca.

Dijimos recién que Gouin es un lugar ideal para ir a tomar mates, y si los acompañamos de pastelitos mucho mejor, pues este es el pueblo bonaerense donde cada diciembre se realiza la tradicional Fiesta del Pastelito.

Diferentes maestros pasteleros compiten en esta jornada por el título al mejor pastelito de la provincia. Durante nuestra visita pasamos también por algunos pueblos vecinos, y allí compramos unos pastelitos sin saber al momento de abonarlos que esos mismos habían sido ganadores del certámen en una edición anterior. Al leer la etiqueta, en la mismísima plaza de Gouin, nos dimos cuenta de lo que estábamos degustando, y realmente hay que decir que estaban riquísimos.

Si uno gustara de hacerlo también se podría ir a disfrutar un almuerzo en el pueblo de Gouin, ya que hay un par de establecimientos dedicados a ello. El Bar Don Tomás estaba aún con gente cuando llegamos (siendo esto ya entrada la tarde) y también está el restaurant La Estación, emplazado en las instalaciones que en otra época fueran, precisamente, la estación del ferrocarril.

En definitiva, con sus 122 habitantes, Gouin es un lindo pueblo rural para visitar, ideal para esos momentos en que uno quiere escaparse de la gran ciudad, relajarse y disfrutar de un poco de sol y aire libre.

Ya tendremos oportunidad de visitarlo durante alguna de sus fiestas del pastelito. Cuando así sea, se enterarán por este mismo medio.