El de la castorera es un sendero corto y tranquilo; uno de los tantos paseos que uno puede hacer en el Parque Nacional Tierra del Fuego sin ningún tipo de esfuerzo ni dificultad. Siendo así, no tendría realmente mucho sentido dedicarle un post exclusivo, pero ocurre que tiene una particularidad especial: es símbolo de lo grave que puede ser el error humano cuando prioriza únicamente lo económico sin medir siquiera las consecuencias.
El castor es un animal fascinante. Es un verdadero ingeniero que construye diques impresionantes con los árboles que corta del bosque con el fin de diseñar un embalse donde instalar su colonia familiar. Tiene un poder de tala impresionante: puede derribar un árbol de 30 centímetros de espesor en apenas 15 minutos, haciendo uso de sus enormes dientes afilados y esmaltados.
El gran inconveniente es que no se trata de un animal autóctono de la zona, sino que muy por el contrario, fue traído con fines peleteros, ya que su piel cotizaba muy bien en los mercados internacionales. Así es como en el año 1946 se introdujeron en Tierra del Fuego 25 parejas de castores canadienses, que en un ambiente similar al propio pero sin predadores naturales, colonizaron la zona de tal manera que hoy son considerados una plaga. Para colmo, el negocio económico concebido al traerlos fue todo un fracaso, y nunca se consolidó.
El tema de pensar al castor como una plaga no es sólo por la cantidad de animales que se han propagado por toda la Isla Grande de Tierra del Fuego incluyendo la parte chilena, sino por el hecho de que están destruyendo el ecosistema. Sus dientes crecen continuamente por lo que están obligados a gastarlos cortando árboles, de los cuales también se alimentan. Con esos árboles construyen también sus famosos diques, dejando en el interior de los embales gran cantidad de árboles que, a diferencia de los canadienses, no están preparados para sobrevivir en el agua ni para rebrotar luego de ser cortados, por lo que terminan muriendo.
El castor está destruyendo el bosque patagónico en Tierra del Fuego, y en 2015 incluso salío la noticia de que, habiendo más castores que población humana, el riesgo de que se sigan extendiendo más allá de la isla y lleguen hasta Bariloche es algo muy real (ver la nota de Infobae). Además, con sus obras maestras de ingeniería los castores modifican el curso de las aguas y el ciclo de nutrientes dentro del bosque, produciendo verdaderos estragos.
Se han hecho estudios para eliminar a esta especie invasiva de la zona, pero si bien oficialmente es posible hacerlo, el presupuesto inicial para el proyecto es de más de USD 30 millones, y aún no se ha puesto un peso. Por otro lado, especialistas lo consideran una tarea muy difícil, sino imposible, por las características de la zona con tantas islas, y la forma en que el castor ya se ha extendido por todas ellas. Algunos intentos más caseros se hicieron a nivel local, incentivando a la población a capturar castores con una recompensa específica por cada ejemplar, pero sin grandes logros. También se ha pensado en permitir la caza a gran escala, e, incluso, en introducir la carne de castor en el menú de los restaurantes.
Por ahora, y aunque sea muy difícil verlos debido a sus hábitos nocturnos, los castores invaden Tierra del Fuego de forma alarmante. Dentro del parque se controla su población para minimizar el impacto de sus actividades, censándolos y capturando ejemplares de forma de mantener su número reducido, bajo control, y evitanto también la migración hacia otras áreas de la isla.
En fin, un error del hombre que podría costarle caro a la Naturaleza. Es importante indicarle al castor «No Pasar». Y más importante aún es que el hombre deje de hacer cagadas, y empiece a pensar con la cabeza en lugar del bolsillo.