La semana pasada te conté sobre la navegación en yate por el Canal de Beagle, una excursión que si bien es un poco cara, no podés dejar de hacer si estás visitando Ushuaia. Pero la verdad es que hay varias formas y opciones para hacerla, y cada una te ofrece algo diferente; tanto es así que durante mi segunda visita a esta hermosa ciudad, en enero de 2016, volví a incurrir en el tema, pero esta vez busqué una variante: tener la experiencia de haber navegado en velero por el Canal.
Por supuesto que navegar en un velero no implica ir al timón ni estar ajustando los cabos para izar o arriar la vela principal, como me hubiera gustado, pero ya el hecho de ir en un velero hace que la experiencia sea totalmente diferente. Mientras que en el yate se puede disfrutar de todo momento de la cubierta, el velero cuando agarra velocidad viaja escorado con lo cual uno no puede moverse libremente por la embarcación.
La mayor diferencia con respecto a las otras navegaciones es quizá el hecho de que en velero no se llega al Faro Les Éclaireurs, que está muy alejado y en una zona que es casi mar abierto y no es apta para este tipo de embarcaciones. Esto la verdad que es un gran condicionante, pero en mi caso como ya había hecho la navegación en yate y tenía mis fotos en el faro, no fue un factor de decisión. Sí lo fue navegar en esas aguas increíbles, y con una experiencia diferente a la que había tenido anteriormente.
La salida del puerto la hicimos bajo cubierta y una vez que estábamos adentrados en el canal pudimos salir afuera. Nos sentamos en el costado del velero, que comenzó a agarrar buena velocidad, escorándose fuertemente hacia la derecha y salpicando bastante a los que estaban más cerca de la proa. Según nos comentaron la velocidad crucero de esa embarcación era de 6 nudos y nosotros estábamos yendo a 8.
Tan rápido íbamos que, no sabemos cómo, nos pasamos de largo la isla de los pájaros. Este fue un punto bastante en contra porque si bien a mi tanto no me afectaba porque ya la había visitado la vez pasada en el yate, la verdad es que la isla estaba incluida en el itinerario por el que todos pagamos. Mi suposición es que habíamos agarrado tal velocidad, que los muchachos del bote quisieron aprovecharla y no frenar para luego tener que volver a arrancar desde cero: en fin, se ahorraron algo de laburo.
Donde sí frenamos fue en la isla de los lobos marinos que como de costumbre aprovechaban el sol para tenderse a descansar. Aunque el macho estaba empecinado en no dejar dormir a sus compañeras de colonia. Allí el guía nos explicó que los lobos machos forman un harén, para lo cual primero deben alimentarse muy bien, ya que luego si se van al mar para comer puede ser que otro macho les haya robado las hembras para cuando vuelvan.
Luego la navegación siguió hasta la Isla H (llamada de esta manera por su forma, parecida a la letra), donde desembarcamos e hicimos una caminata. El desembarco se hizo en un puerto improvisado, en medio de las rocas, como puede verse en las fotos.
En la Isla H sí vimos por fin aves. El guía intentaba dar algunas explicaciones, pero la verdad es que parecía que se había estudiado la lección la noche anterior para rendir el examen. No parecía tener un conocimiento basto sobre el tema y la conversación giraba rápidamente de la escueta explicación sobre flora y fauna a lo que conocíamos nosotros, o simplemente cómo habíamos llegado a Ushuaia.
Igualmente, cuando llegamos a un acantilado donde había una colonia de aves en la que los adultos les daban de comer a las crías de sus propios picos, no hizo falta explicación alguna más, y nos dedicamos a sacar fotos y oír la naturaleza en pleno.
Otros pájaros aparecían más solitarios, sin embargo…
Luego caminamos hasta el punto que vendría a ser el palito horizontal del medio que une los dos verticales que forman la H, para encontrarnos con esta vista preciosa.
Habiendo cumplido con la caminata volvimos al velero para retornar a la ciudad. La navegación de vuelta fue tan intensa como la de ida, e incluso más porque no había necesidad de parar en ningún lado. El velero se inclinaba hacia la izquierda y avanzaba con gran velocidad, el viento te pegaba fuerte en la cara y había que mantenerse bien agazapado y agarrado. Cada tanto era posible maniobrar con la cámara para sacar alguna foto, pero había que hacerlo con mucho cuidado, no sólo por el riesgo de caerse, sino por el de salpicar la cámara con agua salada. Igualmente, a la velocidad que íbamos los recaudos no fueron suficientes y una ola que trepó por el costado me empapó a mi y a la Canon, por lo que cuando volví a Buenos Aires tuve que llevarla al service para una limpieza completa.
Igualmente las fotos salieron, aún con la cámara salpicada, y así veníamos navegando durante el atardecer.
Hacia el otro lado, llegando ya a la ciudad, se podía ver claramente el Aeropuerto Malvinas Argentinas.
Y a un costado el Aeroclub, a dónde habíamos ido a sacarle la foto al DC-3 como te conté en este post.
Y finalmente llegamos, y arriamos la vela para ingresar al puerto y atracar.
Así terminó otra experiencia náutica en Ushuaia. Con altibajos, pero que valió la pena haberla vivido, porque navegar a vela sin el ruido del motor, escuchando apenas la naturaleza, el viento y el agua que golpea contra el barco, es realmente otra cosa. Y claro, es además toda una aventura. Imposible vivirla desde el blog; si es algo que te gusta no dudes, andá y salí al Beagle vos mismo.