Habíamos llegado al Aeropuerto Internacional de Santiago, en Chile, a bordo del B787 de Latam Airlines que operó el vuelo desde México, pero siendo las 5:30 de la mañana aún nos faltaba el último tramo para llegar a casa, que si bien es más corto, esta vuelta no sería por eso menos estresante.
En el Nuevo Pudahuel daba toda la sensación de que un vuelo se había cancelado, porque por todos lados alrededor del gate 7 por el que abordábamos había cantidad de gente durmiendo. Pasamos un rato allí ya que nuestra conexión estaba programada para las 8 de la mañana y el paso por los scanners de seguridad había sido muy rápido, así que luego de tomar algunas notas para estos posts y leer un poco, llegó el momento de comenzar el embarque que se realizó por plataforma, permitiéndome fotos como la de la portada.
El abordaje del A321 se complicó un tanto ya que había problemas con los asientos: había 2 pasajeros que reclamaban exactamente la misma butaca. Cuando logramos subir nos dimos cuenta de que la pareja que viajaba a nuestro lado estaba implicada en el problema, pero luego de un par de idas y vueltas de los TCPs y el personal de tierra, el malentendido quedó aclarado y cada cual se pudo ubicar donde le correspondía.
Con algo más de 2 años de antigüedad, el matriculado CC-BEI estaba en muy buenas condiciones, salvo por el único detalle de la Curita en la salida del aire acondicionado. Definitivamente ese implemento no forma parte de la MEL, la lista de equipamiento mínimo que determina si un avión puede despegar con algo roto, o no. Tercera vez que vuelo en un A321, y realmente es un avión que me gusta, me resulta cómodo para viajar, mucho más que los habituales A320 que operan el cabotaje argentino.
Después de una pequeña demora luego del push back, y de un exageradamente largo carreteo hasta la cabecera (tardamos unos 20 minutos en llegar a la pista) el LA439 levantó vuelo con casi 40 minutos de atraso y puso morro hacia el este, hacia Argentina, y hacia la cordillera de los Andes. Con, obviamente, señal de abrocharse cinturones prendida, Iván, el jefe de servicio de abordo se encargó de recordar por altoparlante que durante el cruce de cordillera debíamos quedarnos sentados.
Y entonces lo impensado, lo increíble, lo inexplicable. ¿O quizá a esta altura lo lamentablemente esperable? Un pasajero moviéndose lentamente por el pasillo, hacia adelante, a escasos minutos de la advertencia de la tripulación, que por supuesto estaba atada a sus asientos como correspondía. Desde mi asiento pude escuchar la discusión, la cagada a pedos y ver cómo el pasajero volvía a su asiento, con cara de pocos amigos y sin haber podido entrar al baño. A pocas semanas del accidente de Southwest, esta anécdota cobra más sentido aún. Señores: en el avión siempre con el cinturón abrochado. Y cuando la señal está prendida, no se levantan. No es tan difícil seguir normas tan básicas. Y no es tan difícil prestar atención los dos minutos que dura la demostración de seguridad, que son dos minutos que te pueden salvar la vida.
Habiendo dejado atrás la cordillera llegó el momento del servicio abordo, y acá es donde Latam muestra la pobreza en la que viene inmersa desde hace algún tiempo, al menos a compararlo con otros tiempos. El muffin es gigante, pero de mala calidad: apelmazado y sin gusto a nada. Lo probé y lo dejé por la mitad, contentándome únicamente con el jugo de naranja.
El aterrizaje en Aeroparque se dió por pista 13 y ahí comenzó otra historia, la de acá, la argentina y nuestros eternos problemas de infraestructura. Para hacer migraciones la fila de argentinos era enorme y demoró el trámite una media hora, pero el problema real estuvo una vez oficialmente dentro del país. El área de recupero de equipajes estaba absolutamente colapsada. Con gente prácticamente abalanzada sobre las cintas, personal de las líneas aéreas que sacaba valijas de las cintas y las estibaba a un costado, y la fila de carritos para hacer aduana haciendo giros inverosímiles siguiendo el contorno de las cintas y metíendose entre la gente que aún esperaba que llegara su equipaje, uno no sabía ni dónde estaba parado. Y el tema es muy simple: Aeroparque no tiene espacio físico suficiente entre el área de cintas y los scanners de aduana: cuando se juntan varios vuelos llenos sobreviene el mismísimo caos. Eso sin contar cuando se equivocan de cinta, te anuncian en una y luego nadie avisa que en realidad tus valijas están llegando por la de la otra punta, hasta que un empleado de la línea se aviva y empieza a anunciarlo a viva voz…
No recuerdo cuánto tardé en salir. Sí recuerdo el malhumor y el agotamiento con que lo hice. Y la expresión en la cara del guarda de aduana que, cuando nos tocó canal verde en el semáforo, nos indicó que encaráramos la salida enseguida, preocupado en hacer circular a la gente, ir desalojando el hall lo más posible y mantener la situación (y el humor de los cientos de pasajeros) bajo control.
Tome nota el Ministro Dietrich, porque sino algo extremadamente simple le puede llegar a complicar la tan ansiada revolución de los aviones. Y tomen nota los muchachos de AA2000, que cada vez sorprenden más con las innovaciones que implementan y nos hacen preguntarnos dónde estudiaron la «planificación de infraestructura aeroportuaria» porque están años luz de lo que deberían.
Hay obras planificadas en los aeropuertos argentinos, y otras que ya se están ejecutando. Esperemos ver pronto solución a estos problemas (y a los que no vemos, y que son aún más graves). Soluciones serias y no lavadas de cara. El extranjero que nos visita se merece otra imagen al llegar a nuestro país. Y nosotros, los argentinos que vivimos y trabajamos aquí, también.