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Una breve pasada por Domselaar, partido de San Vicente.

A unos 80 kilómetros de la capital federal, sobre la ruta provincial 210 se encuentra la pequeña localidad de Domselaar, perteneciente al partido de San Vicente, por la que pasamos el día que visitamos Brandsen, cuyo post poder leer haciendo click aquí.

Se trata de un pueblo de poco menos de 2500 habitantes (según el censo 2010) fundado en agosto de 1865 con ocasión de la llegada del ferrocarril. Actualmente la estación Domselaar no funciona, aunque se ha pensado en hacer llegar la línea Roca que actualmente para en la cercana Alejandro Korn, ya que el pueblo ha crecido principalmente con gente que llega desde Buenos Aires buscando la tranquilidad que la gran ciudad no le brinda, pero sin alejarse demasiado tampoco. Así es como con tanta gente trabajando en capital y alrededores tendría sentido reactivar está parada ferroviaria.

Si bien el tren ya no pasa, la estación está bien mantenida. Pequeña y de andén muy angosto, salta a la vista que nunca fue pensada para manejar grandes cantidades de gente.

A unas cuadras de allí se levanta desde el año 1876 la Capilla Santa Clara de Asís, donde supo funcionar la primer escuela rural del pueblo.

La parada en Domselaar tenía dos objetivos puntuales, ninguno de los cuales pudimos cumplir. En primer lugar queríamos conocer y fotografiar el monasterio abandonado, del que habíamos escuchado que era una interesante aventura. Pero de tan abandonado que ha de estar, nunca lo encontramos. Varios autos iban y venían por el camino de tierra fijando la vista en la vegetación espesa del otro lado de las vías, pero imposible divisar siquiera algún techo de la construcción. Un grupo de intrépidos estacionaron el auto y caminaron vías abajo para terminar perdiéndose entre los matorrales, decididos evidentemente en llegar hasta las últimas consecuencias, pero nuestro espíritu aventurero no llegaba a tanto.

El otro punto a visitar era el Castillo Guerrero, por demás interesante debido a la historia de la asesinada Felicitas y su fantasma, pero estaba cerrado por refacciones, así que también quedó pendiente.

Habrá que volver a Domselaar entonces, y cuando así suceda, aquí se publicará el post!

Con todos sus lujos, el tren presidencial descansa en San Vicente.

«El que no corre, vuela» dice el refrán, y en el caso de los primeros mandatarios se ajusta bastante a la realidad. Hoy en día es normal que los presidentes tengan a su disposición al menos un avión para trasladarse. No es justamente el caso de la presidenta argentina, realmente una privilegiada en la materia, ya que puede elegir entre cinco aviones que componen la flota presidencial. El quinto se incorporó hace unos meses y se trata de un Boeing 737-500 desprogramado por Aerolíneas Argentinas en el proceso de renovación de flota por las series 700 y 800 del mismo modelo (como bien explicó Sir Chandler en el post que podés leer haciendo click acá) y que pasó a matricularse como T-04, y en la práctica, a funcionar como alternativa al famoso Tango 01, el Boeing 757 que se compró «Carlos» a puro lujo.

El tren oficial transportó presidentes constitucionales y de facto.

 

Pero hace varias décadas atrás, a los presidentes, sus emisarios y comitivas no les quedaba otra más que correr. Así también lo entendió en el año 1908 el presidente Figueroa Alcorta, quién autorizó a Ferrocarriles del Estado a construir un tren para uso exclusivo de la Presidencia de la Nación. Así nacería, luego de un proceso de tres años de duración, el tren presidencial de trocha angosta.

La locomotora exhibida fue donada por Laguna Paiva para completar el tren.

 

Como te conté en este post al que podés acceder haciendo click hoy podés visitar el tren en el Museo 17 de Octubre. A los fondos de la quinta hay una réplica de estación ferroviaria donde se encuentra exhibida la formación presidencial desde que Eduardo Duhalde dispusiera su traslado hasta allí en el 2002. Afortunadamente, y a diferencia del auto de Perón que se puede ver sin vidrios y con varios golpes en su estructura, el tren no fue dañado durante los desmanes del 17 de octubre de 2006, y es una verdadera pieza de historia.

El auto de Perón visiblemente dañado en los incidentes de 2006.

 

Los trabajos de construcción se iniciaron en los talleres ferroviarios que la compañía alemana Streniz tenía en San Miguel de Tucumán, pero una vez que se inauguraron los de Tafí Viejo las operaciones se mudaron de locación hasta la finalización del proyecto, en el año 1912.

Las puertas están decoradas con hojas de laurel hechas en bronce.

 

La formación contaba con tres coches (G1, G2 y G3) diseñados con todo el lujo del que se disponía en aquella época (quizá más que hoy ya que estoy seguro que hay cosas que no se consiguen más), como era de esperarse considerando quién sería el usuario final y exclusivo de esa máquina. Así, en su construcción se utilizaron las mejores maderas,que fueron talladas a mano, los vitraux de las ventanillas laterales se importaron de Gran Bretaña (y artesanos cordobeses los replicaron para hacer frente a posibles roturas), y los cortinados tienen flejes de oro, por sólo dar algunos ejemplos.

Los picaportes de bronce con el Escudo Nacional tallado.

 

El Escudo Nacional está también presente en todos lados. Se lo puede ver en los picaportes de las puertas, en la parte inferior de las ventanas y en el mobiliario interior del tren donde está tallado en la madera. Incluso se lo puede observar en la vajilla y en la platería, que se importaron desde Inglaterra, y aún así lucen el escudo y los colores celeste y blanco.

El baño está provisto de agua caliente y suelo de goma.

 

El G1 es el coche dormitorio donde se encuentran las habitaciones del presidente (con cama de bronce, sábanas de hilo italiano y fundas bordadas por las Carmelitas Descalzas), y la del edecán, además del escritorio presidencial, la sala de estar y los baños. El G1 es además el último coche, y su particularidad  es el balcón que tiene en el extremo posterior y que fuera muy utilizado por Perón para saludar al público a su paso, pero que no se sabe bien a ciencia cierta si es original o un agregado instruido por alguno de los presidentes que lo usaron, ya que no forma parte de los planos originales del tren. El G2 no es otra cosa que el comedor, con espacio para 32 comensales, además de un comedor privado para cinco personas y el infaltable bar para que el presidente de turno pueda degustar unos buenos Camparis con naranja. Pegado a la locomotora encontramos el G3 donde está la cocina junto con dos camarotes de 4 catres cada uno.

El comedor general cuenta con 8 mesas y está recubierto en roble.

 

Durante los viajes otros vagones se agregaban y completaban el convoy que era atendido por un total de 22 personas de las cuales más de la mitad estaba dedicada a la cocina. Así, para albergar a semejante cantidad de gente, se hacía necesario agregar otros coches dormitorio, comedor y baño para el personal, sin excluir el que prestaba servicios especiales de peluquería y de sala de costura y planchado. Por supuesto que además del bienestar de los viajantes, ya en esa época era importante la seguridad,  por lo que antes de partir el tren presidencial era exhaustivamente controlado, y ya en viaje era precedido por un tren donde viajaba la custodia presidencial y mantenía las luces prendidas las 24 horas. Incluso el silbato de la locomotora original, que no es la que se exhibe hoy en el museo, era más agudo que el del resto, para diferenciarse claramente.

Estaba equipado con un moderno sistema de frenos automático doble.

 

El tren presidencial fue inaugurado en 1912 con un viaje desde Tucumán hasta los cuarteles del ejército, aunque no se sabe bien si fue el presidente Roque Saenz Peña, o su vice Victorino de la Plaza quien participó en aquella ocasión. Más allá de eso, el primer viaje de larga distancia se realizó un año más tarde en una recorrida que hizo por el noroeste argentino Carlos Pellegrini como ministro de obras públicas. A partir de ese momento, y hasta su retiro oficial en 1977, el tren presidencial hizo varios viajes, transportando diferentes personalidades de la política argentina, varios presidentes incluidos, a diferentes destinos y por diversos motivos. Sin embargo, su último viaje (sin considerar el que hizo hasta la Quinta de San Vicente, claro está) lo realizó en 1982 a manos del Dr. Raúl Alfonsín, sin ser aún presidente de los argentinos, con motivo del apoyo que éste hizo en aquella época de la causa por la reactivación de los Talleres Tafí Viejo que habían sido cerrados en 1980 por el gobierno militar.

El balcón no está incluido en los planos originales del tren.

 

Hoy en día los tiempos de nuestra sociedad son muy diferentes a los del 1900 y ya no parece factible que un presidente o cualquier otro funcionario pueda tomar el tren en misión oficial; y aunque quisieran seguramente el estado actual de nuestro tendido de vías no se lo permitiría, pero más allá de eso nos queda esperanza de que en algún momento algún presidente pueda volver hacer rodar el convoy, aunque sea en un viaje simbólico como el que hacía el trencito histórico que salía desde Federico Lacroze, y del que no se que le pasó pero hace rato ya no escucho pasar. Mientras tanto, y por ahora, los primeros mandatarios no van en tren, van en avión.

El Boeing 757 matriculado T-01 capturado en pleno despegue.

 

 Nota del Autor: Este post fue publicado originalmente el 27/09/14