Mientras planeábamos el viaje por Europa decidimos optar por el tren para llegar a la segunda gran ciudad de la gira: Bruselas. Así sacamos el pasaje por internet (en la web del Rail Europe a la que accedés desde acá) con varios meses de anticipación y cuando llegamos a la estación londinense de Saint Pancras International, una hora antes de la salida de nuestra formación, ya los llevábamos impresos en la mochila.
Llegamos desde el hotel Days London Waterloo con el Underground sin ningún problema. Para quienes estén interesados en los detalles de cómo viajar en el subte londinense les dejo el link al post sobre el transporte público en esa enorme ciudad. Como la metrópoli a la que pertenece, la estación St. Pancras es también enorme, con gran cantidad de locales y hasta con pianos dispuestos en varios lugares para que el público que se anime (y que sepa lo que hace, se los pido por favor) pueda sentarse a tocar unas notas mientras espera la salida de su tren.
El de la foto, como así también cada uno de los pianos que cruzamos, en perfectas condiciones. Increíble para una estación de ferrocarril, no? Y aunque el de la foto está en solitario, más de un pasajero se hizo su tiempito para sentarse a tocar, así que podemos certificar que, efectivamente, no son pianos de utilería.
Para ubicarse dentro de la estación hay que guiarse por la cartelería, que en general es bastante clara. En nuestro caso lo lógico era buscar las indicaciones de «Trenes Internacionales» y siguiéndolas llegamos al lugar correcto. De hecho aún faltaban unos 15 minutos para que abrieran el gate cuando ya nos encontrábamos frete a él, así que tuvimos que hacer algo de tiempo.
El gate se abrió con puntualidad inglesa y allí debimos escanear los pasajes y luego hacer lo propio con los equipajes y los abrigos en el control de seguridad. Igualito a un aeropuerto. Como era un viaje internacional, el siguiente paso fue el control de pasaportes, con la particularidad de que los que ocupan los puestos de migraciones no son ingleses, sino que es la policía francesa. Cabe destacar que, si bien pertenece a la Unión Europea, Gran Bretaña nunca se adhirió al Espacio Schengen que permite la libre circulación de personas entre sus miembros, con lo cual hay que hacer migraciones para entrar a la UE.
Cuando uno finalmente llega a la sala de preembarque (ya oficialmente ingresado a la Unión Europea a través de Francia, independiéntemente del destino – léase país – en el que uno planee bajar del tren), aun no se sabe desde qué andén partirá el que nos corresponde. Hay que esperar el anuncio por altavoz, y estar atentos a las pantallas, que unos 20 minutos antes de la hora de salida indican la plataforma asignada.
En el proceso de abordaje queda en uno revisar el vagón y el asiento que nos corresponden, los cuales se reservan al momento de comprar el pasaje y por supuesto, están impresos en el mismo. Cada coche está identificado con el número correspondiente y es cuestión de caminar el andén hasta encontrarlo. En ese punto vimos algo poco común en Londres: varios grupos de personas que corrían arrastrando sus equipajes, cuando aún faltaban 15 minutos para que el tren saliera, por lo que había tiempo de sobra para recorrer la formación de punta a punta al menos un par de veces. Se nos ocurrió que quizá no todos tuvieran asientos asignados previamente, pero cuando llegamos a nuestro vagón nos dimos cuenta de que hay otro factor que juega un rol importante: las valijas.
En los extremos de cada vagón hay un sector portaequipaje, que la verdad no es muy amplio. Su ubicación (justo al ingreso del coche) demora el abordaje porque la gente se toma su tiempo para acomodar las cosas lo mejor que puede, y su poco generosa capacidad hace que se llenen relativamente rápido. Las cosas más pequeñas, como mochilas o bolsos de mano, podrán ir en los compartimientos arriba de los asientos, pero las valijas más grandes hay que acomodarlas en alguno de los extremos del coche. Eso sí, al menos en nuestra experiencia nadie toca nada que no le pertenezca, así que no hay inconveniente en dejar todo ahí y pasar al área de asientos a la que se accede a través de una puerta automática que insonoriza el habitáculo.
En cuanto a comodidad, los asientos de segunda clase en los que viajamos resultaron muy confortables, y para un viaje de algo más de 2 horas están más que bien. Tienen tomacorriente para cargar el celular o la computadora y mesita para poder degustar más cómodamente el snack que puedas llevar, o lo que te hayas comprado en alguno de los dos «vagones café» que tiene cada formación. Aunque claro, si lo preferís, en vez de volverte a tu asiento te podés quedar comiendo allí en la barra.
La verdad que el servicio a bordo no me pareció nada caro. Por GPB 14 compramos un sandwich de pavo y un wrap vegetariano, con dos limonadas. No habrá sido un gran almuerzo, pero para tratarse de algo comprado en el tren la calidad era aceptable.
El viaje de Londres a Bruselas en un tren de alta velocidad (llegó a marcar 290 km/h) es corto, pero aún así da tiempo suficiente para relajarse con un buen libro, o distraerse leyendo posts de Ahicito Nomás. Para ello el Eurostar tiene servicio wifi gratuito incluso en los coches de segunda clase, aunque por momentos es deficiente, ya que la señal depende del lugar por el que se esté pasando, con lo cual por momentos es buena y por momentos flaquea. Otra opción es bajarse la APP para acceder al entretenimiento a bordo del Eurostar, con música y películas entre otras cosas; a las que también se puede accceder online por el browser pero que no logré que funcionara bien.
Una muy linda experiencia. En general para viajar dentro de Europa me gusta el tren, porque allá realmente funciona de lujo, sale y te deja en el centro de la ciudad haciendo mucho más fácil el traslado con respecto a un aeropuerto, y no necesitas ir con tanta anticipación como para tomar un vuelo. Al bajar en Bruselas ya no hubo más controles de seguridad ni migratorios, así que sólo nos quedó salir de la estación y comenzar a disfrutar, como también puede hacer todos ustedes.