Archivo por meses: noviembre 2019

Alojamiento en Londres: El Days London Hotel Waterloo.

Londres, se sabe, es una ciudad cara, y mucho más para los argentinos que viajen post devaluación (de esas que lamentablemente tenemos cada tanto). Así que encontrar un alojamiento a un precio aceptable fue todo un desafío, aún habiendo buscado con varios meses de anticipación los precios en general estaban bastante por encima de la media que se conseguía en hoteles del resto de Europa. Sin embargo, finalmente ubicamos el Days London Hotel Waterloo que, sin resignar ubicación en la ciudad, se presentaba como un 3 estrellas con valores acordes.

Y la verdad que el Waterloo no nos defraudó, especialmente en cuanto a lo que servicio se refiere. Luego de haber aterrizado en Gatwick con Norwegian al centro de Londres llegamos alrededor de las 7 de la mañana, cuando el checkin era a las 14hs. Muy amablemente la recepcionista revisó a esa hora de la mañana si tenía disponibilidad, y como nuestro cuarto estaba libre nos dio ingreso sin más demora, y sin pedirnos pagar ningún extra.

Claro que el cuarto es extremadamente pequeño, al punto de volverse incómodo por no tener espacio dónde guardar el equipaje, así que durante toda la estadía hubo que estar esquivando las dos valijas. Pero eso ya lo habíamos imaginado de ver las fotos por la web cuando lo contratamos, así que estábamos avisados, y fue el precio que tuvimos que «pagar» por no gastar una suma realmente alta en el alojamiento de nuestra primer cuidad del periplo europeo.

El baño es también pequeño pero tiene un punto fuerte: la ducha es un 10, con una canilla simple que regula la salida de agua por un lado y la temperatura de la misma por otro. No hay panes de jabón, ni shampoo; sino que todo se resuelve con un tubo de gel que está adosado en la pared al lado del lavabo y en la ducha, que al presionarlo provee el jabón. No es lo que más me gusta pero en Europa es bastante usual el uso de jabones líquidos. La limpieza, un punto siempre más que importante en todo alojamiento, en el Waterloo es excelente.

Si bien en el cuarto no hay caja fuerte, al costado de la recepción hay una serie de cajas de seguridad que uno puede utilizar para dejar sus pertenencias de valor. Una solución un tanto deficiente si se piensa en la incomodidad de tener que bajar las cosas hasta la planta baja, y en las pocas cajas que hay con respecto a la cantidad de cuartos que tiene el hotel. En nuestro caso preferimos dejar las cosas en la habitación, aseguradas en una valija cerrada con candado, y no hubo inconvenientes.

El desayuno no estaba incluido en el valor que pagamos pero al llegar nos dieron vouchers con GBP 2 de descuento por persona y por día, así que terminamos aprovechándolo ya que era más económico que desayunar afuera. Hay dos opciones disponibles: el continental que con un costo de GBP 7 incluye panificados, yogurt, cereales y frutas; y el desayuno inglés que cuesta unas libras más y podés pedir comida caliente, principalmente huevos revueltos, omellete y salchichas. Eso sí, el agua para el té y el café en sus diferentes versiones, son de máquina.

El gran punto a favor del Days Waterloo es su ubicación. Está emplazado a 200 metros de la estación de subte Lambert North, y muy cerca de la abadía y el palacio de Westminster y el London Eye, así que se puede llegar a todos los puntos de interés del centro londinense a pie sin ningún inconveniente. Igualmente, para quien quiera alquilar un auto (y arriesgarse a la loca aventura de conducir por la mano izquierda y con volante a la derecha) el hotel cuenta con estacionamiento propio.

Otros detalles del servicio del Days Waterloo son el wifi, que funciona muy bien, la TV, la pava eléctrica que podés usar con el agua y las infusiones de cortesía que te reponen diariamente, y el hecho de que si tenés algún problema con el adaptador, te prestan uno dejando un depósito de GBP 5 que luego se te devuelve. Los puntos bajos tienen que ver más que nada con la comodida durante la estadía: el muy poco espacio para guardar ropa y la ausencia de aire acondicionado, que en verano podría llegar a sentirse ya que dudo que el ventilador de abasto.

Pero en resumen, una buena opción a tener en cuenta para una estadía corta en busca de maximizar el rendimiento de nuestro presupuesto.

 

El Arte como excusa para hablar del Muro de Berlin: La East Side Gallery.

Viajar a Berlin es sin dudas ir a encontrarse frente a frente con la historia. En cada rincón de la capital germana se respira un aire particular, mezcla de modernidad y libertad, con un crudo pasado de sufrimiento y opresión. La ciudad entera está plagada de puntos donde esta sensación se hace presente convirtiéndola en un lugar muy especial, y con seguridad uno de los más emblemáticos se extiende por algo más de un kilómetro a lo largo de la Mühlenstrasse, en la rivera del río Spree.

«Has aprendido lo que significa libertad, y eso no lo olvidas más»

La East Side Gallery es considerada la galería de arte al aire libre más extensa del mundo, y en ella se exponen las pinturas murales de artistas de todo el mundo plasmadas en la cara este del tramo más largo que aún queda en pie del tristemente célebre Muro de Berlin. Mensajes y símbolos de paz, libertad y esperanza cubren la pared que todavía hoy en día es uno de los mayores símbolos mundiales de todo lo contrario.

«Mucha gente pequeña que hace cosas pequeñas en lugares pequeños, puede cambiarle la cara al mundo»

El sábado pasado, 9 de noviembre de 2019, se cumplieron 30 años de la caída del muro, y eso nos obliga a hablar no sólo de las expresiones artísticas que muestra esta galería hoy, sino a hacer un poco de historia y recordar lo que significó esta pared de concreto que durante 28 años dividió no solamente a los habitantes de una ciudad, sino al mundo entero. Porque entender es esencial, necesitamos remontarnos en el tiempo a 1945, el final de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación de la Alemania Nazi por parte de los cuatro aliados.

«Gracias Andrej Sacharow» (Premio Nobel de la Paz 1975)

Con la capitulación incondicional de Alemania los aliados divideron el país en cuatro zonas que serían administradas por cada uno de ellos, quedando los sectores occidentales a cargo de Estados Unidos, Francia e Inglaterra; mientras que el este quedó en manos de la comunista URSS. Más allá de las tensiones lógicas de esta situación, había un punto que era crítico: Berlin, la capital del estado alemán y por tanto, su ciudad más importante y simbólica, con esta regla quedaba totalmente bajo control de los soviéticos, cosa que a las potencias occidentales no les causaba gracia. Por ese motivo se decidió finalmente dividir Berlin de la misma forma que se hizo con el país, aunque con el tiempo las tres zonas capitalistas se unificaron, quedando la ciudad entonces separada en dos: la parte occidental perteneciente a la República Federal Alemana (capitalista) y la zona oriental que era parte de la República Democrática Alemana (nombre realmente curioso para un estado comunista).

«Sucedió en Noviembre». Mural de Kani Alavi.

Más allá de la división política (y económica) entre las dos Alemanias, Berlin era una ciudad donde ambas se mezclaban, con gran cantidad de gente que, por ejemplo, cruzaba de un lado a otro para ir a trabajar o visitar familia o amigos. Y era también el punto donde más patentes se hacían las diferencias entre un sistema y otro, donde los que trabajaban del lado occidental cobraban sueldos más altos que sus pares del lado comunista, y a su vez quienes podían comprar víveres y artículos en el este los pagaban más baratos que si lo hicieran en el lado capitalista. Hacia fines de 1961 esto era un problema grave para la RDA, que perdía recursos económicos y humanos (ya que muchos de sus habitantes más calificados pasaban a la RFA para no volver más) y la solución fue cerrar la frontera con alambres de púa en la madrugada del domingo 13 de agosto de 1961. A partir de allí nada volvería a ser igual.

«El fanstasma es como rastros de los pájaros en el cielo»

Con el correr de las semanas la alambrada fue reemplazada por el muro de concreto que hoy podemos ver en la East Side Gallery. Para entender bien lo que pasaba hay que hacerse una imagen mental del mapa alemán de la posguerra, donde Berlin occidendal estaba totalmente rodeado por territorio de la RDA. El muro, entonces, no es que partía al medio a la ciudad, sino que directamente encerraba a su área capitalista. Solo una parte del muro (unos 45 km) hacía de frontera «intraciudad», mientras que había otros 115 km que separaban el resto de la RDA del enclave capitalista. Lejos de haberse construido para la gente no pudiera «salir» de Berlin, el muro se levantó para que los ciudadanos de la RDA no pudieran «entrar» (en la parte capitalista de la ciudad). Y por eso mismo, unos metros hacia adentro de la zona comunista y lindando con la frontera política oficial, se construyó un segundo muro. Entre el «muro exterior» y el «muro interior» quedó un área conocida como «la franja de la muerte», en la que los guardias armados podían abrir fuego sin previo aviso, y zanjas, barricadas y bancos de arena muchas veces minados dificultaban el paso de quienes quisieran escapar.

Sugestivo e ideal para la ocasión: Un Trabbi (auto popular de la Alemania comunista) atravesando el Muro de Berlin.

Luego de 28 años de tensiones durante la Guerra Fría, el bloque comunista estaba en declive y si se quiere dio paso a una de los momentos más curiosos de la historia. Las presiones sociales se hacían cada vez más fuertes y Berlin no era ajeno al nuevo escenario mundial, tanto que las autoridades de la RDA decidieron flexibilizar las políticas migratorias y levantar las restricciones para pasar al otro lado de la ciudad. Esto fue comunicado en una rueda de prensa por Günter Schabowski que, sin instrucciones claras del partido, ante la pregunta de uno de los periodistas presentes al respecto de «cuándo» entraban en vigor las nuevas medidas, sólo atinó a contestar que «según creía, inmediatamente». Era el 9 de noviembre de 1989 y se había jalado el gatillo que disparó a miles de ciudadanos alemanes a las calles, para abalanzarse contra el odiado muro y traspasarlo. Los guardias, sin información ni órdenes precisas, apelaron a su instinto y conciencia y en vez de masacrar a la multitud, simplemente bajaron la armas. En la práctica, el muro había caído.

Las pintadas callejeras del lado oeste del muro este.

En la actualidad trozos de muro se pueden encontrar dispersos por varios lugares de Berlin, pero el tramo más largo que queda en pie son los 1300 metros de esta obra de arte callejero que nos hace recordar que levantar paredes nunca puede ser la solución a nuestros problemas. Lejos de callar el sufrimiento de los berlineses que quedaron apartados de sus seres queridos por décadas, o de esconder las víctimas asesinadas por intentar cruzarlo, el muro pintado de la East Side Gallery realza su memoria y nos invita a reflexionar para evitar que cosas así vuelvan a pasar.

«Dios mio, ayúdame a sobrevivir esta vida mortal». Mural de Dmitri Vrubel con el beso entre Breschnew y Honecker

El muro te habla, te lo puedo asegurar. Y si lo escuchás bien, te pone los pelos de punta. Para oir su clamor se puede ir hasta la estación Warschauer Strasse, por donde pasan los subtes U1 y U3; y los trenes S3, S5, S7 y S9. Desde ahí solo unos metros te separan del comienzo de la East Side Gallery, un lugar al que hay que ir; no porque sea una visita obligada, sino porque es una visita necesaria.