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Panamá Viejo y la historia del Pirata Morgan

No se si lo sabías, pero Panamá no fue siempre la ciudad de los rascacielos vidriados que te mostré en este post, ni tampoco estuvo siempre emplazada en el lugar donde hoy la encontrás. Hace muchos años atrás, en 1519, la ciudad original, hoy conocida como Panamá la Vieja, fue fundada por Pedro Arias de Ávila unos 2 km. al noreste de donde se encuentra la actual capital del istmo, convirtiéndose en ese momento en el primer asentamiento español en la costa pacífica de América (y por pacífica no me refiero a la ausencia de guerras).

La torre de la Catedral es el símbolo de Panamá Viejo.

 

Hoy Panamá Viejo es un sitio arqueológico que si estás por esos pagos de Centroamérica y te gustan la historia y los lugares que la vivieron «en piedra propia», no podés dejar de visitar. Allí vas a encontrar las ruinas de la vieja ciudad: básicamente un conjunto de piedras que tienen el poder de teletransportarte a una época muy lejana. Eso sí, aunque hace 500 años atrás no había calentamiento global, llevate gorra y una botella de agua porque ahí hace realmente calor y en el complejo no hay dónde comprar ni una gaseosa. Si te llegaras a olvidar, aún te queda una posibilidad. Entrá al sitio no desde el lado de las ruinas, sino por el más cercano a la ciudad, donde está el museo. Ahí, cruzando la avenida hay un chino (sí, tal como si estuvieras en Buenos Aires) donde por U$S 1 conseguís una Coca.

Después del ataque la ciudad quedó en ruinas, y así se conservó.

 

De las más de 50 hectáreas que se calcula que tenía en su momento la ciudad hoy se conservan solamente 28, aquellas dónde se encontraban los edificios más importantes que son básicamente los que se pueden visitar hoy. Por lo tanto hay varias construcciones (o lo que queda de ellas) para ver, pero las que se llevan todos los premios, y largos minutos de admiración y fotografía, son dos. La principal, por supuesto, es la Catedral, con su torre de 30 metros de altura que hoy es el símbolo de Panamá Viejo, y cuya figura podés ver en varios logos y escudos de empresas y otros edificios panameños.

Si bien esta restaurada, por fuera se aprecian los daños.

 

Si bien la torre es original, ha llegado hasta nuestros días en tan buen estado gracias a los procesos de conservación a la que fue sometida. Incluso se pueden subir sus tres pisos aunque por supuesto, la escalera por dónde lo hacés no es la original. Esta última, o sus primeros escalones, la encontrás a un costadito, pero siendo tan angosta uno duda de quién pudo haber subido por ahí, aún hace varios siglos atrás.

Las escaleras originales están clausuradas.

 

Fuese quien fuera que subiera la vista del tercer piso de la torre le iba a valer la incomodidad, porque hacia un lado tenía una vista panorámica de toda la ciudad y de cómo la fastuosidad de las construcciones (como así también el poder político y principalmente económico de sus dueños) iba disminuyendo a medida que se alejaban de la Plaza Mayor, ubicada justo frente a la catedral. Hacia el otro lado la panorámica era y sigue siendo del mar, por lo que seguramente este haya sido un punto crucial para la defensa de la ciudad contra el ataque de los piratas que desembarcaban en las costas. En la base de cada ventanal, se puede apreciar una ilustración que simula la vista que debía tener desde ese punto quién se asomara allá por los 1600, dibujo que contrasta fuertemente con el conjunto de piedras que se ve hoy.

En cada ventanal se indica cómo era la vista desde ese punto hace 500 años.

 

Hasta estos ventanales llegaría un día Henry Morgan, un galés que se había embarcado como miembro de la armada inglesa contra la isla La Española, que actualmente es Santo Domingo, en el marco de la guerra entre Inglaterra y España. Allí este galés conocería a varios capitanes que habían obtenido patentes de corso de parte de la corona inglesa, y que con ellas quedaban habilitados a saquear barcos y locaciones españolas. Entre estos corsarios se encontraba el holandés Mansvelt, a quién se asoció y, después de su muerte, sucedió como jefe de los bucaneros de Jamaica.

El 3er piso de la torre ofrece una panorámica de la actual Panamá.

 

Ya convertido en el célebre pirata Morgan que siglos más tarde protagonizaría cantidad de películas y de libros, Henry dió tres golpes magníficos. En medio de la noche y al mando de 400 hombres Morgan tomó y saqueó en la actual Panamá la ciudad de Portobelo, con el pretexto de desbaratar un ataque a Jamaica. Fue entonces cuando el gobernador de Panamá amenazó a los piratas con capturarlos y ejecutarlos, sólo para Morgan le enviara una misiva digna de un argentino apurando a un buen amigo después de que lo haya gastado: Me alegro de que vengas. Apurate que tengo esperando cantidad de pólvora para recibirte a tiros. Sino, voy a ir a buscarte yo.

A la torre se sube por escaleras totalmente nuevas.

 

El saqueo de la laguna de Maracaibo, que incluyó a la ciudad homónima y a la vecina Gibraltar, fue apenas un intermedio para lo que sería el golpe final: la toma de Panamá, la ciudad principal del poderío español en Centroamérica, desde donde partieron numerosas expediciones hacia otros territorios, como las que conquistaron el Imperio Inca en Perú, y por donde pasaban todas las mercaderías y personas que iban a España desde América Central y del Sur.

Vista desde la torre.

 

Sabiendo del avance pirata desde el fuerte de San Lorenzo que ya había caído, el gobernador Guzmán envío un grupo de hombres a interceptarlos, pero fueron vencidos. Lo que sí logró fue embarcar gran cantidad del oro y joyas que había en la ciudad con destino a España, y acto seguido, aparentemente mandó incendiar el polvorín cuya violenta explosión esparciría el fuego por toda la ciudad hasta dejarla en ruinas.

Ladrillos modernos se mezclan con piedras de antaño.

 

Lo más curioso de todo esto es el destino del pirata Morgan. Habiendo regresado a Jamaica fue apresado y enviado de regreso a Inglaterra para ser juzgado como pirata, ya que al momento del ataque había orden de parte de la corona de no enfrentar a las fuerzas españolas. Sin embargo, poco después de llegar fue nombrado Sir por el rey, quién lo nominó además como gobernador de Jamaica y lo envió de regreso a la isla. Así es como el sanguinario pirata Morgan terminó sus días persiguiendo a los forajidos bucaneros de los que alguna vez había sido parte, hasta morir paradójicamente en la tranquilidad de su residencia.

En fin, por más que el corsario haya terminado del lado de la ley, la ciudad quedó destruida y debió mudarse a su actual emplazamiento, permaneciendo la locación anterior abandonada durante años, lo que permitió que hoy podamos visitar las ruinas y apreciar el contraste de tener piedras del siglo XVII aquí, y modernos rascacielos más allá, todos en la misma foto.

Los modernos rascacielos contrastan con las ruinas.

 

Ahora sí, volviendo al presente y al sitio arqueológico que estábamos visitando, si caminás más allá de la Plaza Mayor como volviendo hacia la actual Ciudad de Panamá te vas a encontrar con la segunda edificación más interesante del lugar: el convento de las concepcionistas. Este edificio estaba en plena construcción cuando Morgan atacó la ciudad, motivo por el cual quedó por la mitad, lo que se aprecia claramente por la falta de la torre que nunca se llegó a edificar.

El Convento también se puede visitar por dentro.

 

En la punta del complejo se encuentran el museo y un mercado de artesanías que, al menos el día que fui yo en medio de la semana, estaba medio desértico. El museo es chiquito y sólo da algunos detalles sobre la evolución de la vida del hombre en el istmo y cuenta algo de la historia y los trabajos de arqueología que allí se hicieron, pero no mucho más. Nada que, si te interesara, no puedas encontrar en internet. Lo que sí me gustó mucho fue esta maqueta que simula la Panamá Vieja tal y como se supone se veía en su época. Es una muy buena forma de terminar de cerrar todo lo que acabás de ver mientras paseabas por entre las ruinas.

Maqueta en el museo: Así era Panamá.

 

Un par de horas entonces son suficientes para hacer esta excursión, donde además, si te interesa visitarlo, te va a convenir comprar la entrada que vale para las ruinas y el museo, ya que si las sacás por separado te sale más caro. En una mañana podés hacer el recorrido tranquilamente, por lo que es aconsejable que si disponés del día completo te organices un programa para realizar a la tarde. En próximos posts habrá propuestas al respecto.

Nota del Autor: Este post fue publicado originalmente el 29/08/14

Panamá, ciudad moderna de crecimiento descontrolado.

Hace un par de semanas atrás te dije que me iba para Ezeiza buscando llegar a nuevos destinos. Estaba lejos de ser una metáfora o una expresión de deseo; más bien marcaba una realidad por venir. Así es que, una vez más, el Ministro Pistarini dejó de actuar como mi segundo hogar para transformarse en la vía de salida del CM364, que como te muestro aquí, se posicionó en cabecera 11 y sin siquiera frenar un momento arrancó su carrera de despegue marcando el comienzo de un nuevo viaje.

Vista de la moderna Ciudad de Panamá.

 

Para volar hasta Panamá desde Buenos Aires la única opción directa es el vuelo regular de Copa. Aún sin escalas, serán unas 7 horas y media que tendrás que pasar a bordo del pequeño Boing 737-800, algo incómodo para este tipo de vuelos desde el punto de vista del pasajero, y que sólo se hacen un poco más amenas por la excelente atención de la tripulación, el servicio de entretenimiento a bordo con pantallas individuales, y el horario del vuelo, en plena madrugada porteña, que te invita a dormir apenas alcanzada la altura de crucero.

Maniobra de Push Back en Ezeiza.

 

Igualmente, y a pesar de lo largo del viaje que puedas tener por delante, o de ser tu lugar habitual de trabajo, el aeropuerto siempre puede brindarte alguna satisfacción extra, como ser encontrarte en la fila de migraciones con un colega que hace tiempo no ves, y que viaja no sólo a tu mismo destino, sino también en tu mismo vuelo; o simplemente encontrarte con curiosidades como es el imponente B747 de Air China, que trajo al presidente oriental, estacionado justamente al lado del avión de Aerolíneas, en una más que representativa metáfora gráfica de los acuerdos que estaban firmando ambos países.

Air China estacionado al lado de Aerolíneas en  EZE.

 

Pero volvamos a lo que nos acomete, que no es la visita de Xi Jinping a la Argentina, sino nuestra llegada a Panamá, el itsmo que supiera ser por decisión propia parte de la Gran Colombia como forma de agrupar fuerzas contra el poderío español apenas declarada la independencia, y que luego supiera también separarse de ésta para pasar a ser una república autónoma. Como buen itsmo que es, Panamá está rodeado de agua y tiene mucho verde, como se puede apreciar desde el aire durante la aproximación del avión.

Vista del lateral derecho durante la aproximación a PTY.

 

La primer sensación que tenés en Panamá cuando bajas del avión es una trompada en la boca del estómago que te deja sin aire. No es que los panameños sean tipos agresivos; es el clima caribeño que te golpea duro con su calor húmedo y pegajoso, como en los peores días del verano porteño, pero todo el año. Allí mismo, sin haber hecho migraciones aún, te das cuenta que el aire acondicionado será tu mejor amigo, aunque también te puede llegar a arruinar la fiesta de tanto cambio brusco al entrar y salir al exterior.

Vista desde el puente peatonal sobre la Av. Balboa.

 

La segunda sensación es de haberte equivocado. Aún atontado por haberte despertado sobresaltado una vez más por la iluminación blanca del Boeing, y después de haber pasado la noche mal dormido en una butaca de avión, caminás por la manga y el aeropuerto siguiendo al malón sin saber bien hacia dónde vas. Y de repente te das cuenta que estás al lado de los pasajeros que aguardan sentados para embarcar su vuelo. «Me equivoqué, salí por una puerta que no era» es lo primero que pensas, y casi desesperás cuando imaginás lo que va a ser explicarle a la policía aeroportuaria qué hacés parado ahí donde no debías. Hasta que ves el cartel amarillo de «Migraciones» y «Reclamo de Equipajes» delante tuyo y comprendés que no, que por extraño que parezca, en este aeropuerto latinoamericano se mezclan los pasajeros que arriban con los que salen, en una zona restringida que más parece un shopping mall que otra cosa.

La tercer sensación es realmente difícil de explicar, pero casi te hace acordar a las escenas de las películas donde fichan al protagonista en la estación de policía. Es que el control de migraciones es exhaustivo, y además de la habitual revisión del pasaporte y las tomas de foto y huella del pulgar derecho que se estila en casi todos lados, en Panamá te toman también las huellas de los otros nueve dedos. Lo curioso es que con semejante proceso de control a la entrada, te imaginás que para volver vas a tener una demora infernal en el control migratorio antes de poder abordar el avión de regreso. Nada más alejado de la realidad, ya que no hay tal control a la salida. Apenas el personal de seguridad que chequea el boarding pass controla tu pasaporte antes de ingresar a la zona restringida: revisa que tengas el correspondiente sello de ingreso en tu pasaporte, marca un par de opciones en una especie de postnet, y listo.

Día nublado en la city panameña.

 

Finalmente, superado el control migratorio y de aduanas, llegás a la gran ciudad. Vista desde lejos, de Panamá destacan sus altos y modernos rascacielos, edificios vidriados que se alzan imponentes y te recuerdan a ciudades del estilo de New York. Por la noche, la iluminación convierte a este centro financiero en una postal aún más pintoresca cuando la ves desde lejos en una apreciación panorámica.

Los rascacielos de Panamá por la noche.

 

La modernidad se destaca en varias piezas de arquitectura, que incluso se pueden apreciar durante el viaje desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad, como ser el edificio BBA con su forma  de «sacacorchos invertido», que por su originalidad (por no llamarlo rareza) es una de las primeras cosas que te llaman la atención cuando salís a caminar por el centro financiero. Claro, viniendo de un argentino tenía que relacionarlo con el vino, pero a juzgar por el  hecho de que en Panamá cometen el sacrilegio de servirte el vino tinto frío, estropeando absolutamente su sabor, me imagino que el arquitecto en realidad más que en un sacacorchos estaba pensando en una máquina perforadora de pozos petroleros, o algo por el estilo.

El edificio «sacacorchos» BBA

 

Algo que se respira constantemente en Panamá es el crecimiento. Tanto que hasta diría que envicia el aire. No se si tiene que ver con que los dólares norteamericanos sean la moneda de uso corriente, pero se nota que la financiación aquí no falta. En un país que goza de pleno empleo y donde se hace difícil, y por lo tanto caro, conseguir mano de obra local calificada, su ciudad capital crece a un ritmo alocado y de forma casi descontrolada. Una autopista que pasa por el centro de la ciudad entre los edificios denota que no hay mucha planificación previa, dando la imagen de un parche vial grotesco. Los edificios se multiplican aquí y allá, cada vez más altos, como compitiendo por superar a sus predecesores y alzarse con el título del más alto e imponente, aunque saben que pronto dejarán de serlo, como le pasó al Plaza Paitilla Inn que cuando se inauguró en 1975 era el más alto de la ciudad, y que ahora quedó totalmente eclipsado, casi representando una parodia edilicia de los San Antonio Spurs: el «petiso» Tony Parker rodeado de Manu Ginóbili, Tim Duncan y amigos.

El cilíndrico Plaza Paitilla Inn en el centro financiero panameño.

 

Los signos de construcción están por todos lados. Edificios a medio terminar, calles y caminos cerrados o reducidos por refacción y mejoras son muestras tangibles del crecimiento que se viene dando en esta ciudad centroamericana a una velocidad vertiginosa. Valga como muestra autopistas y rascacielos que ya prácticamente están terminados, cuando hace algunos meses atrás no eran parte del paisaje urbano.

Vista de la bahía y la ciudad.

 

Los que sí son parte de la cultura urbana panameña desde hace largos años son los Diablos Rojos, y mal que me pese, no estoy hablando de mi querido Independiente. Así se llaman a los micros que fueron el corazón del transporte urbano terrestre desde hace décadas. Importados desde Estados Unidos funcionaron en un principio como el típico transporte escolar de color naranja, pero se fueron transformando en el clásico y descontrolado sistema de buses panameño. Aunque están siendo reemplazados gradualmente por el Metrobus, los Diablos Rojos siguen recorriendo las calles de la capital llamando la atención de los peatones con sus bocinas estridentes y sus figuras y graffitis en colores vivos que reflejan la cultura popular panameña y, por sobre todo, los gustos de su dueño. Por la noche, a estas características se le suman las luces que los decoran cual arbolito de navidad. Todo lo pintoresco que tienen para el turista se diluye un poco cuando uno se entera de la gran cantidad de accidentes que protagonizaron estos micros por no respetar las normas de tránsito y correr picadas constantemente con pasajeros abordo y choferes alcoholizados; y que de algún modo incluso se los ha vinculado con el narcotráfico, como cuando en el 2006 se incautaron varios vehículos que en realidad eran un medio para el lavado de dinero.

Un típico Diablo Rojo buscando pasajeros a bocinazos.

 

Ahora, no sólo estos micros antiguos se vuelven algo más bonitos al caer la noche. Toda la ciudad de Panamá se transforma cuando se prenden las luces de los edificios frente a la bahía convirtiéndose en un espectáculo aparte.

Vista del centro financiero por la noche.

 

La noche, además de las luces, trae un poco de alivio para el intenso calor, y se convierte entonces en el momento preferido para que los panameños salgan a la calle e invadan la Cinta Costera, recorriéndola ya sea al trote, en rollers o en bicicleta. Al costado de la misma hay incluso canchas de fútbol 5, básquet y voley donde los jóvenes aprovechan la brisa para practicar su deporte preferido a la luz de los potentes reflectores que transforman la noche en día.

La Cinta Costera en la noche panameña.

 

Claro que no es sólo deporte lo que la noche panameña te puede ofrecer. Panamá tiene movida nocturna, y mucha. Más de la que podés conocer en un viaje de trabajo de cinco días. Lo que sí te puedo asegurar, es que una de las referencias de la noche es el bar del piso 62 del Hard Rock, desde donde la vista de la ciudad es realmente espléndida, un espectáculo que si estás por aquellos pagos no te podés perder. Cuando vayas, no te olvides la cámara de fotos; por mi parte, esa fue la primera vez en mi vida que lamenté no haberla llevado a un bar.

De esta forma hicimos una pasada rápida por la ciudad latinoamericana de los modernos rascacielos vidriados. Sin embargo, Panamá no es sólo eso, sino que tiene también otras versiones interesantes de descubrir. Por eso te invito a explorarlas juntos en los próximos posts.

Nota del Autor: Este post fue publicado originalmente el 3/08/14