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La antigua casa de Indalecio Gómez, autor de la Ley Saenz Peña, convertida en el Centro Interpretativo de Molinos.

Mientras recorríamos el casco urbano del hermoso pueblo de Molinos, en la provincia de Salta, nos topamos con uno de esos típicos carteles de la región que te dan información sobre el lugar y las actividades que se pueden realizar. Realmente, hasta ese momento no tenía la menor idea sobre Molinos, su historia ni qué había para hacer, así que en cuanto vi marcada en un punto del plano una «Casa Histórica» no lo dude ni un segundo y sin perder tiempo memoricé el trayecto (nada difícil incluso para mi; apenas un par de cuadras) y hacia allí nos dirigimos.

Se trataba ni más ni menos que de la casa donde vivió el diputado por Salta Indalecio Gómez, y el lugar donde murió asesinado su padre, ante la mirada del entonces niño de 12 años que era. Indalecio se levanta como una figura política no sólo de su provincia natal Salta, sino a nivel nacional, y de hecho se convirtió en una personalidad sumamente importante para la Argentina al transformarse en protagonista de los debates del Congreso y principal defensor y artífice de la Ley Saenz Peña de voto universal, secreto y obligatorio (aunque claro, la universalidad en esa época era únicamente masculina).

Amigo de Roque Saenz Peña, cuando éste llega a la Presidencia de la Nación nombra a Indalecio como ministro del interior, puesto en el cual colabora con la redacción de la ley que pondría fin a la larga tradición de voto cantado y fraudes electorales en nuestro país, y desde el cual la defiende fervientemente ante diputados y senadores, propios y ajenos, hasta conseguir su aprobación y promulgación en el año 1912. Sin embargo no fue sólo este el rol que tuvo en el Poder Ejecutivo, ya que anteriormente el Presidente Quintana lo había enviado a Alemania, Austria, Hungría y Rusia como Ministro Plenipotenciario.

Hoy en día la construcción de arquitectura colonial alberga el Centro de Interpretación de Molinos y cuenta con cinco salas muy bien logradas donde el visitante tiene un acercamiento con diferentes aspectos de la zona de los Valles Calchaquíes, como ser su fauna, flora e historia. Para abrirla al público la casa fue restaurada, y si bien ninguna de las piezas que se exhiben es original, todas han sido replicadas con rigor científico. Ejemplo de esto es la representación de los enterratorios donde los calchaquíes ofrecían a sus muertos mudas de ropa y calzado junto con otros objetos que creían les servirían en su nueva existencia, más allá de este mundo.

La vieja casa histórica cuenta también con un aspecto interactivo, especialmente en la sala dedicada a los primeros habitantes del valle, donde al hacer girar los cubos incrustados en la pared el visitante va descubriendo diferentes especies animales y vegetales de la región; y en una línea del tiempo histórica donde uno va descubriendo los hechos suceso a suceso.

Por supuesto que tiene una parte dedicada exclusivamente a su antiguo morador y su obra, pero también destaca diferentes detalles interesantes de la vida de la zona y del pueblo en sí, como ser la Ceremonia de los Alfereces, que siendo de antiquísimo origen español (tan lejano en el tiempo que está casi totalmente desaparecida del mundo), aún hoy en día se festeja en este lejano lugar de nuestro país. Así es como los pobladores más distinguidos de Molinos salen a las calles para desfilar batiendo banderas al ras del suelo, tal como hacían los conquistadores en nombre del rey, sólo que ahora se lo hace en nombre de Dios.

También se habla de la historia de Molinos, en la Sala 3 dedicada a los sucesos que se dieron entre la fundación del pueblo y el nacimiento de Indalecio Gómez. Las tres Guerras Calchaquíes también tienen su espacio en el centro de interpretación, y la última es la más curiosa de todas, ya que fue librada por un inca falso. El andaluz Pedro Bohorquez fingió ser monarca inca en 1656 y realizó promesas cruzadas: por un lado se comprometió con los calchaquíes a expulsar a los españoles de su territorio; y por el otro con estos últimos a lograr la rendición aborigen. Nada bueno podía salir de una cosa así: ante las dificultades de la primer batalla el falso inca huyó del lugar, pero finalmente fue capturado y ejecutado.

Haber encontrado un lugar con tanta historia, convertido en un museo muy bien puesto y cuidado, en un pueblo por demás hermoso que parece paralizado en el tiempo, fue tan grato como sorprendente. Personalmente, disfruté al máximo de esta visita, porque lo que tuvo de sorpresiva lo tuvo también de interesante. Un lugar más que recomendado, que merece ser visitado, y que amerita pasar aunque sea una noche en Molinos.

 

Almuerzo en los Valles Calchaquíes: Paramos en Angastaco.

Seguíamos avanzando hacia el norte por la mítica Ruta Nacional 40 para cubrir el tramo entre Cafayate y Molinos, donde haríamos noche antes de seguir viaje hacia Cachi, y en un momento nos agarró el mediodía y con él, empezamos a tener hambre. Era hora hacer un alto en el próximo pueblo y buscar algo para almorzar.

Así conocimos, aunque sea por unas horas, la tranquila localidad de Angastaco, un lugar donde bajo el rayo del sol se respira una tranquilidad bucólica, y que a pesar de ser muy pequeño cuenta con un difícil entramado de calles que giran, van y vienen de forma totalmente irregular, siguiendo los caprichos del terreno.

Lo primero que llama la atención es la enorme Hostería homónima, una hermosa edificación a la que se ve muy cómoda y bien cuidada, y que hasta cuenta con piscina que, en ese momento por ser invierno, no tenía una gota de agua. Pero eso lo hace pensar a uno que este pueblo en medio de los Valles Calchaquíes bien puede ser un destino turístico a visitar por algunos días, y la verdad que eso no llama la atención si consideramos los imponentes escenarios naturales que hay alrededor. Mismo sin salirse siquiera de la ruta, uno encuentra la impresionante Quebrada de las Flechas, donde las rocas de las montañas parecen cortar el aire con filo propio.

E investigando un poco descubrimos que a pocos kilómetros de allí se encuentra también una formación llamada Los Colorados, que es un anfiteatro natural que me hubiera gustado poder visitar, y está también el Ventisquero, cuyo acceso encontramos sobre la RN 40 pero no ingresamos porque veníamos algo justos de tiempo. Por los carteles de advertencia se trata de un sendero que debe tener unas vistas hermosas del paisaje salteño, pero que seguramente sea de cornisa, así que el que se anime que vaya con cuidado. ¡Y por supuesto que pase por el blog y deje su comentario!

Allí almorzamos unas ricas empanadas salteñas, en un muy simple pero también lindo y limpio restaurante, mientras mirábamos gol tras gol un partido del mundial 2018. Para nuestra sorpresa, en el cajero automático de ese pequeño pueblo (que hasta museo de arqueología tiene) pudimos retirar efectivo; algo que incluso en Salta capital se veía complicado por las largas colas que había que hacer.

Pero lo que por ningún motivo podíamos dejar de visitar era la iglesia, frente a la plaza. Resulta que Angastaco tiene dos iglesias, y esta es la nueva, construida en los años ’70 sobre una explanada a la que se accede por una vistosa escalinata que le da un toque de distinción. Se dice que desde lo alto, la iglesia protege al pueblo. La vieja iglesia, en cambio, data de 1945 y se levantó con adobe, con techo de caña y pisos de ladrillo. Lamentablemente no la pudimos conocer, ya que está ubicada alejada, hacia adentro del pueblo, y por falta de tiempo no nos aventuramos a tanto.

Pero quienes estén por la zona o planeen un viaje por estos pagos, ya saben. Lejos del bullicio de las ciudades, Angastaco puede llegar a ser un muy buen lugar para hacer noche recorriendo la Ruta 40, y de paso, conocer un poco más de su historia y alrededores.