San Antonio de Areco no es sólo pasar el día a la vera del río, caminar o mejor aún, cabalgar al atardecer, o visitar museos. También tiene su costado nocturno, y por lo tanto, tiene una importante cantidad de bares donde por momentos se mezcla lo moderno con lo antiguo. Uno puede ir recorriendo las calles del pueblo y descubriéndolos por sí solo, pero en este post ahondaremos en algunos datos curiosos quizá no tan fácilmente disponibles.
Uno de ellos es el de la construcción chanfleada del Boliche de Bossonart, uno de los más antiguos y tradicionales bares del lugar. Funcionando desde la época en que Ricardo Güiraldes escribía, este boliche era frecuentado por Segundo, uno de los gauchos empleados en la estancia de su padre y quién fuera el inspirador del personaje Segundo Sombra, mote que según se cuenta únicamente Ricardo podía utilizar para con él (haciendo alusión a su piel oscura) ya que era un gaucho calentón y semejantes palabras de parte de cualquier otro hubieran sigficado una ofensa digna de sacar el facón del cinturón.
El punto está en que siendo un local tan antiguo se construyó antes de la ley de ochavas, razón por la cual, originalmente la construcción terminaba en ángulo recto. Esta modalidad, común en los primeros tiempos, se tornó una complicación con el llegar de las carretas tiradas a caballos ya que la casi nula visibilidad que generaba en las esquinas provocaba accidentes frecuentes. Así es que, una vez aprobada la ley, los Bessonart decidieron adaptarse y recortar la construcción en la esquina. No se sabe a ciencia cierta, pero se cree que esa adaptación es la causa de la curiosa forma que toma el contorno del bar si uno lo mira desde el ángulo de la foto.
En aquella alejada época funcionaban aún las tradicionales pulperías, donde los vaqueanos podían sentarse a tomar un trago, jugar naipes o simplemente, charlar un poco. En estos mismos locales se vendían además todo tipo de implementos para la vida cotidiana, incluyendo ropa. El inconveniente se daba porque las mujeres tenían vedada la entrada a estos lugares, donde se adquirían las ropas que usaban, y por lo tanto, era el hombre de la casa el encargado de comprar todo, para su señora y los niños, a su propio gusto. Las mujeres, no contentas con esto, se fabricaban su propia ropa en casa, y con el tiempo, comenzaron a aparecer los almacenes de ramos generales, a donde las mujeres sí podían ingresar. Así, de una forma u otra, las chicas lograban vestirse según sus propios gustos femeninos. Seguramente, un gran avance para las mujeres de la época, pero también una gran pegada para la platea masculina.
Sin ir más lejos, estoy seguro que los jóvenes que se agolpaban frente a la iglesia a la hora de la misa para ver cómo las chicas se paseaban por la vereda con sus matronas, habrán aplaudido la innovadora medida con algarabía. Ahora sí, las chicas vestidas por ellas mismas podían hacerle algún guiño desde el otro lado de la calle, señal más que suficiente para negociar con la señora el pase para ir a tomar un café al bar El Tokio, estratégicamente ubicado en la esquina. De hecho, la historia de este bar y su competidor Dell Olmo merecerán un post aparte. Lo que sí puedo decirte aquí, es que si todo iba bien en aquella primera cita, el segundo paso era visitar la casa de la niña para conocer al padre, y una vez superado ese escalón también, el tercer paso era, lisa y llanamente, el casorio.
Si bien la historia de El Tokio es interesante, su actualidad y futuro no lo son menos. Detrás del bar en sí, e incluso accesible por una calle lateral, hay una pequeña galería con locales de ropa y recuerdos. Pero lo más notorio está abajo, accediendo por esa escalera que se ve en la foto, ya que ahí se está haciendo una importante inversión para construir un restaurant subterráneo a todo trapo.
Ambientado con iluminación desde el suelo y por el ruido de correr del agua que baja por el aljibe ya en desuso, se supone que este será un lugar de alta categoría donde se podrá disfrutar de buena cocina en un contexto relajado. Estando allí abajo, la aireación será clave. No podemos aseverar cómo quedará ni qué tan bien se comerá, así que no queda otra que ir a probar una vez inaugurado. Aunque, por supuesto, para ir esperaremos a que Chandón haya inaugurado su cava, a la que se accede por otra puerta de esa ya famosa escalerita, así matamos dos pájaros de un tiro.
El lugar que sí probamos esta vuelta fue la Esquina de Merti, otro tradicional restaurant, con un interior muy bien ambientado, lleno de antigüedades y donde se destaca una vitrina, cercana a la puerta de entrada, con publicaciones políticas de diferentes etapas de la historia del país. Documentos interesantes, y, alguno de ellos, impactantes. Así que ya sabés, si vas por Areco y comés algo en lo de Merti, no te olvides de detenerte un momento y leer un poco de lo que se esconde detrás de ese vidrio, como así también, la próxima vez que te conectes a internet, no te olvides de darte una vuelta por Ahicito.