Los que me conocen probablemente se pregunten ¿Qué hace este pibe escribiendo este post? La pregunta es válida, ya que no soy futbolero, al punto de no saber la formación del cuadro del que me digo hincha, ni su posición en la tabla, ni el día en que juega Argentina.
Incluso hasta llegué a pensar que para mi el tema iba a pasar así nomás. De hecho la noticia me cayó casi al pasar, de oído, y en medio de la vorágine laboral no pude prestarle mayor atención ni sentarme a reflexionar.
Pero claro, resulta que soy argentino.
Y Argentina es un país que vive fútbol, respira fútbol, transpira fútbol, sangra fútbol….
En Argentina desde el momento en que nacés hay siempre una pelota dando vueltas cerca. Y los que más me conocen saben que no siempre fui tan apático para con la redonda.
Ahora, cerrando el día, en el silencio solitario de la noche fui cayendo de a poco, masticando la noticia. Diego se fue, el mundo entero se conmueve y no es para menos, pues si algo hizo Maradona además de magia, fue trascender todas las fronteras.
En Argentina el fútbol es pasión, emoción, la vida misma. Y Maradona es el apellido del fútbol. Mientras veo la caravana que lo traslada a La Paternal me asaltan recuerdos, vuelvo a mi infancia, y a todo lo que este ídolo popular significó para mi en aquellos años.
El momento en que Maradona alzó la copa del mundo en México, sinceramente, no tiene ningún significado especial para mí. De junio del ’86, con apenas 5 años de edad, mis recuerdos son casi nulos. Pero 4 años después, para el Mundial de Italia ’90 yo ya entendía de qué venía el tema, y ahí sí mis recuerdos son vívidos. Recuerdo estar jugando a la pelota en la plazoleta frente a casa, momentos antes de que comenzara el partido. Recuerdo seguir el campeonato, ir llenando el fixgure, el álbum de Panini que parecía nunca terminar de llenarse de figuritas, consiguieras la cantidad de paquetes que consiguieras. Y recuerdo como si fuera ayer, las sesiones frente al televisor, la tensión durante los penales de la semifinal, y la bronca y el llanto desconsolado cuando el árbitro pitó el final de la final.
Recuerdo las emociones y a su artífice, que ayer dejó este mundo un poco más triste.
Pensando en lo que fue su vida personal caigo en la cuenta que no tengo nada que decir. No tengo derecho a decir absolutamente nada. ¿Y quién lo tendría, más allá de sus más íntimos familiares? En palabras del propio Maradona, él tuvo el privilegio de saber lo que pesa la copa del mundo. También tuvo la desgracia de ser el único que sabe lo que pesa ser Diego Armando Maradona.
Hoy mientras mirábamos las noticias con mi mujer tratábamos de encontrar alguien con quien equipararlo. No lo encontramos. No ubicamos nadie que haya sido tan reconocido, popular, amado y odiado como lo fue Maradona. Ningún otro ser humano estuvo tan asociado a su país como Diego a Argentina. Ningún rockero, ningún político. Sin embargo cuando viajas al exterior y decís que sos argentino, la asociación es inevitable. Argentina es Maradona. Y Maradona es Argentina.
Imposible explicarlo. Imposible juzgarlo.
De los muchos Maradonas que existieron en estos 60 años, me quedo con el embajador, ese que es símbolo patrio allí a dónde viajes. Me quedo con el valiente, ese que putea en la cara a aquél que le silva el himno, y el que no duda en denunciar la corrupción del poder y el que dice siempre lo que piensa, aunque sea sin filtros. Me quedo con el tipo sensible, que sigue amando a Claudia y sus hijas, aunque haya cometido errores que le costaron la familia, y hasta quizá la vida. Y me quedo, por supuesto, con el mago, con ese que adentro de la cancha hacía con la pelota lo que quería, y nos maravillaba a los que mirábamos desde afuera (y también a los que lo vivían desde adentro). Me quedo, en definitiva, con ese Maradona que tanto me hizo emocionar y me llenó de alegrías.
Por todo lo lindo que me diste, hoy te despido con emoción. GRACIAS DIEGO.
Autor de la imagen de portada: Diego Torres Silvestre Bajo licencia.