Cuando uno piensa en el Imperio Inca enseguida se le viene a la mente Perú, el Cuzco y por supuesto, la ciudad sagrada de Machu Picchu, uno de los lugares de visita obligatoria en este mundo, y del que problablemente les hable en este blog en algún momento. Pero lo que muy pocos saben es que en nuestro país también hay ruinas incas, y que de hecho la capital inca más austral está ubicada en la provincia de Catamarca.

Ubicado casi a la entrada de la ciudad catamarqueña de Londres, el Shincal recibe su nombre en honor al Shinqui, un arbusto que con su espesura lo cubrió durante siglos, preservándolo así del paso del tiempo. La segunda parte de su nombre deriva del curso de agua cercano, del que los moradores de esta ciudad se valieron para desviarlo y hacer llegar agua potable. Se trata del río Quimivil.

En un principio se trataba de un asentamiento diaguita, pueblo originario que fue rápida y fácilmente sometido por los Incas a su llegada, quienes los anexaron como parte de su imperio. De hecho El Shincal se convirtió en un centro administrativo de gran importancia dentro de la estructura inca, y hasta está construido a semejanza de la capital del imperio, pero por supuesto, en chiquito.

Hoy en día el centro arqueológico está investigado por profesionales de la Universidad Nacional de La Plata, y se lo puede visitar tras pagar un ticket de acceso que dará derecho a una recorrida de una hora y media de la mano de un guía que nos explicará lo que de otra forma sería un conjunto de piedras sin sentido.

La visita pasa primero por la pared del vigía para llegar sin esfuerzo a la cima del Templo de la Luna, desde la que se puede observar el centro de la ciudad, que es la plaza principal llamada Aukaipata y que está delimitada por un muro de baja altura. Dentro de aquél muro solo hay construcciones ceremoniales, mientras que las viviendas están por fuera.

Al centro de la plaza se observa una construcción cuadrada. Se trata del Ushnu, el punto sagrado en el que se realizaban los ritos y al que únicamente podían ingresar los jefes de las comunidades. El del Shincal es el más grande desde el lago Titicaca hacia el sur, demostrando la importancia que este lugar tenía dentro del imperio. Como el Ushnu no era techado, en épocas de lluvias los ritos se trasladaban al enorme galpón que puede verse hacia la derecha: una estructura rectangular que luego podremos recorrer cuando bajemos, y cuya puerta de acceso es muy fotogénica. Si viste alguna foto de alguien posando en el Shincal, de seguro es bajo el marco de una de sus puertas.

Del otro lado de la plaza, en el lado este, se encuentra el Templo del Sol, ubicado en la cima de un cerro al que se accede remontando una empinada escalera de 30 metros que es original en su primer parte y luego termina siendo restaurada. Lamentablemente, por seguridad no se permite trepar por ninguna de las escaleras (ni la del Templo de la Luna, ni la del Templo del Sol), pero de solo verlas uno imagina que de poder hacerlo, no sería un esfuerzo menor.

En cuanto a la subsistencia, la población vivía principalmente de la agricultura, actividad que desarrollaban en las terrazas de cultivo dispuestas en los cerros de alrededor, y a las que se llegaba luego de caminatas de alrededor de 9 horas. Lo producido se dividía en tres partes, siendo una para el consumo, otra para los festejos y por último una parte quedaba para ser entregada como impuesto, transportándose por kilómetros a través del Camino del Inca, por el que el Shincal estaba comunicado con otras ciudades del impero.

Por último habrá que pasar por el centro de interpretación para tomar reales dimensiones de lo que es el Shincal, en la maqueta que muestra que apenas recorrimos una pequeñísima parte de la metrópoli inca. El asentamiento es realmente extenso, y se introduce en las poblaciones actuales de alrededor, que llamativamente y a diferencia de lo que sucede en otros lugares, resultaron muy respetuosas de las ruinas arqueológicas. A pesar de ingresar constantemente dentro de los límites del sitio, los vecinos resguardan el lugar permitiendo que los arqueólogos puedan avanzar en sus investigaciones.

La del Shincal resulta una visita más que obligada para todo aquél que esté interesado en el período incaico, y por supuesto es apta para toda la familia. Solo habrá que tener un par de cosas en cuenta:
- Las visitas son guiadas y tienen horarios preestablecidos, así que lo mejor es averiguar cuáles son esos horarios antes de ir, ya que pueden variar con la época del año.
- La recorrida es de una hora y media durante la cual pega mucho el sol. Lo más recomendable es tratar de ir a las primeras recorridas de la mañana, o las últimas de la tarde. Aunque no hay salidas en horas del mediodía, los horarios más cercanos a él se sufren un poco.
- Llevar gorro, lentes de sol, protector solar y no olvidar una botellita con agua fresca.
- Google Maps puede llegar a ser confuso, porque ubica las ruinas que están algo alejadas del punto de acceso. Eviten buscar «Ruinas de El Shincal» y busquen en cambio «Shinkal de Quimivil» que los ubicará en el centro de interpretación del acceso principal. Igualmente, la mejor forma de llegar es tomar la calle 9 de Julio, que sale desde la RN 40 a la entrada de Londres y es fácilmente identificable porque de tan ancha parece una avenida. Y desde ahí seguir la cartelería.
Con todo esto, uno se podrá introducir en la vida inca sin tener que viajar a Perú, un privilegio que, sinceramente, muy pocos tienen.