Perfectamente se podría decir que el vuelo de regreso desde Santa Fe hasta Buenos Aires era para mi un evento especial. En principio era la primera vez que iba a volar con Avianca Argentina, y en segundo lugar (y no por eso menos importante) sería la primera vez que abordaría un ATR-72, con sus particulares motores de turbohélice.
Habiendo finalizado nuestras obligaciones en el territorio santafesino, y acostumbrados a la dinámica del Aeroparque metropolitano de Buenos Aires, llegamos a Sauce Viejo con tiempo de sobra, que aprovechamos para recargar el tanque del auto alquilado y devolverlo full, evitando gastos mayores en el costo del servicio. Aún así hubo que hacer algo de tiempo, ya que el vuelo solamente se anunciaba cuando llegaba el avión proveniente de capital federal, y sólo en ese momento se habilitaba el control de PSA para pasar a la sala de preembarque.
Finalmente el ATR apareció en las proximidades de Sauce Viejo y el scanner se habilitó. Realmente no había muchos pasajeros (estimo que la ocupación no llegó ni al 50%) y pasar por el control fue sumamente ágil. Ante un comentario de los oficiales de PSA con respecto a que por suerte se iban a casa temprano, les consulté si normalmente se quedaban hasta tarde. En general pasaba, pero ese día en particular pensaban que se iba a dar por la niebla intensa que se suponía iba a atrasar los vuelos. De hecho, me decían, pensaban que el de la mañana se iba a cancelar, pero que al final aterrizó cuando no se veía nada. Y sí, les dije, en ese avión había llegado yo y, efectivamente, no se veía un pomo.
La sala de preembarque es pequeña pero, para los pasajeros de aquél A07127 era más que suficiente. El abordaje comenzó luego de una corta espera, bajo la llovizna que se mantuvo durante todo el día y que nos hizo acelerar el paso por la plataforma hasta llegar al avión. Además de las características hélices, el ATR tiene la particularidad de contar únicamente con puertas traseras, por donde abordamos.
El interior del avión estaba muy limpio y cuidado, en impecables condiciones y con excelente iluminación. Se nota que son equipos nuevos, traídos desde la fábrica de Tolousse con 0 horas. Eso sí, en cuanto a confort y entretenimiento son super básicos. Asientos pequeños y bien finitos para aprovechar al máximo el espacio, sin pantallas, ni conectores para cargar el celular, ni entretenimiento abordo. Nada grave para los vuelos cortos que opera Avianca con estos equipos, pero que por supuesto contrasta con lo que uno está acostumbrado.
Quedé estratégicamente sentado en la ventanilla al lado del motor, pensando en la fotos que iba a sacar, pero entre la iluminación nocturna y el día horrible que mantenía la ventanilla mojada casi no logré imágenes rescatables. Lo que sí pude experimentar allí es el sonido del motor, que se sabe que en este tipo de aviones es algo más ruidoso que los jets equipados con turbinas. Sin embargo, el motor se siente intenso durante la carrera de despegue, allí donde el piloto le imprime la máxima potencia, pero luego durante el vuelo se mantiene a un volumen muy similar al de cualquier otro avión, y no es para nada molesto.
Con el avión estabilizado las TCP pasaron ofreciendo un vaso de agua, única atención a bordo que dan. Acepté y tomé la foto que presenta una mesita triste, casi vacía, que en todo caso es compensada con la amabilidad de las TCP que se esmeran en tratarte bien, incluso cuando tienen que reclamarte que pongas el asiento en posición vertical para el aterrizaje.
Durante la mayor parte del vuelo la cabina se mantiene con una iluminación de tono azul que ayuda mucho a conciliar el sueño. Yo por mi parte quería aprovechar la baja iluminación interior para tomar una buena foto de Buenos Aires desde el aire, pero el día lo hacía imposible. En medio de esos intentos ligué un reto de la señora que viajaba en el asiento trasero, que había escuchado claramente las instrucciones de seguridad que pedían apagar y guardar los aparatos electrónicos, pero que evidentemente no había prestado atención a las indicaciones del «modo avión». Le contesté cordialmente que llevaba el celular configurado de tal forma pero estando levantado desde las 5 de la mañana y viendo que no había forma de sacar una foto aceptable, opté por no profundizar la explicación.
El ATR finalmente aterrizó en Aeroparque y terminó estacionando lejos de la plataforma principal, en el rincón al lado del estacionamiento de autos donde suele verse a los aviones de Avianca Argentina. Allí desembarcamos, bajo la llovizna como no podía ser de otra forma, y tomamos un micro de Intercargo que nos llevaría hasta la terminal. De pasada hacia el estacionamiento norte me topé con el nuevo sistema de taxis de Aeroparque, con funcionarios del gobierno de la ciudad que te ayudaban en el manejo de las máquinas.
Yo no tuve esa suerte momentos después cuando quise abonar la estadía en las máquinas, ninguna de las cuales me tomó las tarjetas de crédito. Ni a mi ni a ninguno de los que estábamos allí intentando, así que nos fuimos todos a los autos y a hacer la cola interminable en las cabinas del peaje de salida.
Así fue la primera experiencia con Avianca Argentina, el mismo día que ciertos diarios daban la noticia del inminente cierre de operaciones, yo estaba abordando uno de sus aviones para volver a casa. Ojalá tenga oportunidad de volver a volar con ellos.