Siguiendo por la Ruta Nacional 40 hacia el norte, a algunos minutos de la localidad de Cafayate, uno desemboca en un tranquilo pueblo salteño que supo ser una metrópoli de importancia en el pasado. Se trata de San Carlos, la población más antigua de la provincia, y que en su momento disputara el honor de ser la capital de la misma.
Fundado en 1551 por Juan Nuñez del Prado a este pueblo se lo conoce también como «la villa de los cinco nombres». El primero de sus nombres fue Barco II, al momento de su fundación, pero pronto el asentamiento español fue destruido por los calchaquíes. La segunda fundación corresponde a Juan Perez de Zurita en el 1559, quién lo bautizó con el nombre de Córdoba del Calchaquí, pero una vez más el poblado siguó el mismo destino a manos de los pobladores originarios de la zona. Y así se repetiría una y otra vez, destrucción tras fundación, adquiriendo la villa los nombres de San Clemente de la Nueva Villa en 1577 y Nuestra Señora de Guadalupe en 1630. Fue finalmente en 1641 que los jesuitas instalaron en aquél lugar la Misión de San Carlos Borromeo, la que perduró y dió origen y nombre al actual pueblo.
Pero no es por eso que decimos que San Carlos supo ser una población de importancia. Efectivamente en una época adquirió gran importancia económica y política, lo que le valió tener grandes chances de convertirse en la capital provincial. Finalmente, la votación definitiva se torció en su contra y perdió por un sólo voto contra, obviamente, la ciudad de Salta.
Hoy en día cuando uno llega a este lugar poco podrá percibir de aquellas ajetreadas épocas. Es un tranquilo pueblo de montaña donde abundan las construcciones de estilo colonial, digno de ser visitado. Al recorrer el circuito de los Valles Calchaquíes una parada en San Carlos es obligada, para disfrutar de la sombra en su plaza principal y conocer su iglesia, declarada monumento histórico, que es la más grande de la zona y la única en ostentar crucero y cúpula.
Pero en caso de que se tenga tiempo suficiente, San Carlos amerita también hacer noche para disfrutar del pueblo y sus alrededores. Dentro de los límites del poblado se puede visitar el museo y sus colecciones arqueológicas, y saliendo un poco más allá están la Cascada de Celia, las Peñas Blancas (donde antiguamente existía un cementerio indígena), y el Dique Las Tijeras. Incluso se pueden realizar circuitos en bicicleta, como el de los vinos artesanales, el de los talleres artesanales, o el del mirador del Cerro San Lucas.
Para los entusiastas de la pesca el Río Calchaquí que recorre el paisaje siguiendo la ruta ofrece una buena oportunidad para despuntar el vicio, y quienes gusten del arte y las culturas aborígenes podrán entretenerse también explorando las pinturas rupestres y petroglifos que se pueden encontrar en el Paraje San Lucas.
La fiesta patronal de San Carlos de Borromeo es el 4 de noviembre, pero también hay otras fechas con actividades especiales, como ser la Fiesta del Barro Calchaquí. Si se piensa en cuestiones climáticas, en cambio, la mejor época para visitar el pueblo es en invierno, ya que durante el verano abundan las lluvias en aquella zona. Igualmente, yo la he visitado en ambos momentos del año y puedo garantizar que los valles calchaquíes se disfrutan, siempre.
En los próximos posts seguiremos recorriendo esta hermosa zona que es el Noroeste Argentino, con sus imponentes paisajes, antiquísimas casas de adobe, y largas historias íntimamente ligadas a la formación de nuestro país como tal. Un lugar que ningún argentino debería dejar de conocer.