Luego de algunas idas y venidas, llegó finalmente el momento de emitir los pasajes para mi viaje laboral al vecino país trasandino. Habitualmente me inclino por el vuelo operado por Latam desde Ezeiza en B787: avión grande y cómodo, y buen horario tanto para salir como para llegar a Chile. Sin embargo, como es sabido Latam está teniendo serios problemas con las revisiones de mantenimiento de los motores Rolls Royce que equipan a este avión, ya que la fábrica no da abasto a nivel mundial, por lo que últimamente son frecuentes las cancelaciones de vuelos y, en particular, llevan ya 7 aviones dados de baja, a la espera de que Rolls Royce cumpla con su parte. Por todo esto, era primordial evitar ese vuelo (que de hecho ya no está más disponible y fue reemplazado por otro con fuselaje angosto hasta al menos el mes de octubre), así que enfoqué mis opciones en los operados con A321, el avión de fuselaje angosto que más me gusta.
Así es como, fiel a mi costumbre para los viajes internacionales, llegué a Aeroparque a las 17:30 horas para tomar el LA480 que despegaba a las 20. Fue la mejor opción que encontré para evitar cortar mi día a la mitad, aunque tuve que pagar el precio de llegar bastante tarde a Chile.
Como no había casi nadie la entrega de equipaje fue muy rápida, y enseguida pude dedicarme a buscar el puesto de aduana para declarar la laptop. Tuve que preguntar, ya que a simple vista no lo veía, y así llegué hasta esta pequeña oficina, casi escondida al lado del Banco Nación ubicado en el pasillo que lleva de una terminal a la otra. Allí dentro se realizan las validaciones para devolución de IVA a extranjeros (de hecho en la puerta están los buzones para depositar los comprobantes sellados), y también la declaración de objetos. Al respecto, tengo que decir que la atención de la guarda fue un lujo: no había hecho a tiempo de imprimir el formulario por internet, así que tuve que sacar la batería y buscar el número de serie alli para que ella emitiera el documento desde cero; y al contrario de otras veces la atención fue muy amable.
Ya con los documentos firmados por aduana, pasé por migraciones y rápidamente llegué al Gate 18 por el que embarcaría. Allí amenicé la espera con café y algo de lectura, hasta que llegó el momento de pasar por la manga y subirse al avión.
En simultáneo al abordaje estaban realizando el reabastecimiento de combustible, por lo que los TCP pedían que nos mantuviéramos sentados con los cinturones desabrochados. En un momento fue el propio comandante el que se presentó por el altoparlante e informó que había pronóstico de turbulencias, razón por la que nos pedía que durante el vuelo tuviéramos abrochados los cinturones todo el tiempo.
Finalizada la comunicación con los pasajeros, el comandante ordenó de inmediato el pase de puertas en automático, crosscheck y reportar. El despegue se realizó por la cabecera 13 y enseguida nos adentramos en las densas nubes que cubrían Aeroparque, pero afortunadamente no hubo noticias de la turbulencia. De hecho, no las hubo en ningún momento del vuelo, salvo alguna muy leve durante el cruce de la cordillera, cuestión más que esperable.
Una joyita: apenas desgado, el fuerte viraje sobre el río que me puso al alcance de la vista (y de mi ventanilla) la vista de una Buenos Aires iluminada en la que se distingue la pista del Aeroparque Metropolitano, que por supuesto, aunque con celular, mereció foto.
El refrigerio de abordo fue escueto y tradicional: una aceptable medialuna rellena de jamón y queso y un chocolate al que yo no le encuentro gran sabor. Considerando que es un vuelo corto se puede decir que es correcto, el gran problema está en el horario, porque al llegar al centro de Santiago pasadas las 23 horas ya no hay lugares abiertos para cenar, por lo que una comida tan liviana a bordo termina teniendo sabor a poco. La bebida es sólo fría, no hay café ni nada caliente.
Ya en suelo chileno toca hacer migraciones, donde las filas para nacionales y extranjeros estaban un poco confusas, y un empleado aeroportuario te indicaba hacia dónde ir. El trámite fue bastante rápido, y sólo consultaron el motivo del viaje. En cuanto a documentos, por supuesto, ingresé simplemente con el DNI tarjeta digital, ya que por ser país limítrofe no es necesario el pasaporte. En ese momento te entregan una tarjeta migratoria que uno debe guardar bien, para presentar luego a la salida del país. A la salida de la zona de recupero de equipaje están los scanners, donde tanto aduana como el servicio de sanidad controlan los productos que ingresan. No hubo consultas ni objeciones; así que tomé mis cosas y salí al hall.
Ya estaba en Chile, una vez más.