En la esquina de la Avenida 5 de Mayo y la pequeña y peatonal calle La Condesa, en pleno centro histórico de la Ciudad de México, se alza una particular casa que con sus tonos azulados desentona con el ambiente grisáceo del resto del área céntrica de la ciudad. Se trata de la así llamada «Casa de los Azulejos», y es un lugar por el que todo turista está obligado a pasar a tomar algo cuando visita esta ciudad.
Este edificio fue célebre desde sus comienzos cuando se lo conocía como El Palacio de los Condes de Orizaba debido a que las dos casas que lo componen pasaron a manos de Luis de Vivero, quien ostentaba este título e incluso tuvo cargos gubernamentales de importancia. Luis ordenó unir ambas propiedades y quizá sea debido a esta peculiaridad que el interior de este café sea tan particular, contando con galerías y patios internos poco habituales en una casa común y corriente.
Sin embargo el concepto actual de la edificación es obra de los hermanos Sanborn, que adquirieron este lugar para establecer quizá la que sea la sucursal más peculiar de su cadena de restaurantes. Así es que en el interior de la Casa de los Azulejos, además de degustar algo en el restaurante, uno podrá recorrer las galerías y comprar algún artículo, como ser electrónicos y joyas, entre otros.
La casa es famosa por su fachada de talavera poblana azul que la distingue de cualquier otra edificación y la hace perdurar en la memoria de todos sus visitantes; pero también tiene particularidades en el interior como ser el salón pequeño donde las mesas y las barras llevan la misma estética azul que la fachada, la fuente que destaca en el salón principal rodeada de llamativos y enormes murales, y el piano, que lamentablemente cuando nosotros estuvimos permanecía cerrado sin dedos virtuosos que lo tocaran.
Una gran escalera lleva desde el salón principal hacia el primer piso, donde se ubican los baños y se tiene acceso a los balcones interiores que permiten la vista del lugar desde otra perspectiva. Desde allí se puede observar con claridad un impresionante mural pintado en 1925 por el artista José Clemente Orozco.
En la Casa de los Azulejos se puede probar comida típica mexicana, pero también hay opciones aptas para todo público, pues si bien es un lugar muy tradicional, a la vez es muy concurrido por los turistas. Así que si lo que buscas es una hamburguesa sin picante, aquí podrás encontrarla. En nuestro caso fuimos de tardecita, momento ideal para degustar un café con una estupenda y más que recomendable porción de «tentación de chocolate»
Particular es también la vestimenta de las meseras, a las que se identifica muy fácilmente por sus polleras coloridas a rayas, como así también algo que he visto en todos los locales gastronómicos de México: una mesa plegable portátil que los mozos y meseras llevan en la mano libre, y sobre la que apoyan las enormes bandejas repletas de cosas ricas al momento de servir.
Un detalle, quizá no menor: normalmente ir al baño en lugares públicos tiene costo en México. Este es el caso de la Casa de los Azulejos, salvo que lleves el ticket de lo que consumiste, ya que para los clientes es gratis.
Ahora sí, cuando andes por el centro histórico de México y te agarre hambre, ya sabés dónde parar!