Enorme, y con un sol que parecía brillar de forma especial, finalmente el pabellón celeste y blanco estaba en lo más alto del mástil. Atrás habían quedado la tormenta en medio del Atlántico Sur que los había mantenido en vilo durante todo el día anterior, y la arenga del contraalmirante Carlos Büsser aquella madrugada antes de desembarcar. Hasta el sonido de los tiros durante los primeros combates ya se percibía lejano. Ahora todo estaba en calma y sólo quedaba el viento patagónico que soplaba fuerte para hacer flamear la bandera nacional frente a la casa del gobernador Hunt, quién había rendido la plaza ante el comandante de Operación Rosario hacia las 10 de la mañana. Era el 2 de abril de 1982 y las Islas Malvinas, después de casi 150 años de usurpación extranjera, estaban nuevamente bajo soberanía nacional luego de una operación militar impecable que las recuperó sin siquiera una baja británica. Aunque el capitán Pedro Giachino había perdido la vida convirtiéndose en el primer héroe de guerra, Argentina estaba de fiesta.
Transcurrieron los días y las semanas. Pasaron poco más de dos meses, y con ellos la guerra que nos mostró su rostro duro lleno de muerte y dolor. Fue en la noche del 14 de junio en que el general Mario Menéndez se rindió ante las tropas inglesas y decretó de esa forma el fin de una guerra sin sentido. Ayer leí con cierta emoción las palabras de Sir Michael Rose, quien fuera el general encargado de negociar los términos de la rendición con Menéndez, y en una entrevista indicó que la rendición argentina tenía que ser con honor porque nuestros soldados habían peleado con valentía en defensa de su patria. Eso pasó allá, en las islas; pero cuando los chicos llegaron de regreso al continente pareció quedar en el olvido.
La vuelta de los soldados argentinos al país se realizó a bordo de varios buques ingleses (entre ellos el más importante era el trasatlántico Camberra) y en el mítico rompehielos nacional Almirante Irizar. Pero lejos de recibirlos con honor la administración militar que en ese momento nos gobernaba de facto decidió esconderlos como si fueran una vergüenza. Llegaron a Puerto Madryn, primer ciudad argentina que tocaron luego de luchar en las islas, y desembarcaron en el muelle a metros de donde hoy se encuentra el Monumento a los Caídos en la Guerra de Malvinas.
Encontré ese monumento casi de casualidad, caminando desde el extremo de la ciudad hacia el muelle por la costanera, porque así tendría una mejor vista del mar. Y no pude evitar no sólo frenarme a fotografiarlo, sino quedarme un buen rato allí leyendo cada cartel, cada inscripción. En un lugar en el que se respira historia, que pareciera estar aún viva, a pesar de no leerse en ningún libro de texto del secundario.
En junio de 1982, lejos de permanecer ajeno, el pueblo de Puerto Madryn salió a la calle a recibir a los héroes, e incluso desbordó los controles militares y logró en muchos casos tomar contacto con los soldados recién llegados. Luego serían distribuidos en los cuarteles y escondidos hasta que volvieran a tener un peso normal y así evitar mostrar las condiciones deplorables en las que habían estado luchando; pero el pueblo de Madryn los vio llegar. En Madryn se sabe la verdad.
Dos años después, Madryn recordaría en carne viva este momento. Fue en 1984 cuando se dio el Madrynazo, otro evento histórico especialmente omitido por los profesionales de la educación durante años. Tuve que viajar hasta allí para enterarme que, luego de las maniobras realizadas durante el operativo UNITAS, la flota estadounidense recibió la autorización del gobierno nacional para atracar en el muelle de Puerto Madryn y reabastecerse. Fueron los trabajadores portuarios de la ciudad quienes rompieron el secreto y la noticia convulsionó la ciudad. Los norteamericanos, luego de haber ayudado a los ingleses durante la Guerra de Malvinas, pretendían cargar combustible en el territorio nacional. El pueblo no lo iba a permitir, al menos no en Madryn. Luego de que fracasaran las gestiones para anular la autorización formalmente la muchedumbre se autoconvocó y avanzó sobre el puerto sobrepasando los efectivos de Prefectura que lo custodiaban, y echó a la flota extranjera que advirtiendo el incontenible desborde popular soltó amarras y volvió al mar. Luego los buques se reabastecerían en aguas abiertas con ayuda argentina, pero ningún marinero estadounidense fue capaz de poner pie sobre el muelle que había recibido a los héroes de Malvinas.
Hoy se cumplen 35 años de aquél 2 de abril en que las Malvinas tuvieron otra vez bandera argentina. Treinta y cinco años del comienzo de una guerra sin sentido, en la que los 649 nombres inscriptos en las placas de este monumento se suman a los 255 muertos del lado británico para, todos juntos, hacerle el juego a la junta militar y al gobierno de Margaret Thatcher, ambos buscando desesperadamente consolidar poder en sus respectivos países. Una guerra que tiró a la basura los avances diplomáticos para la recuperación de nuestras Malvinas, y que las volvió a foja cero donde prácticamente se mantienen hasta el día de hoy.
«No olvidar» reza el mural en Puerto Madryn, y es un mensaje atinado. No olvidar la historia, para saber de dónde venimos y hacia dónde vamos. No olvidar los errores del pasado, para pensar el futuro de forma más inteligente. Ojalá los argentinos lo logremos. Nos lo debemos.
Muy bueno, te felicito. Juan J
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Gracias por pasar Juan!
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