Barcelona es la ciudad de Gaudí. A cada paso que uno da por la metrópoli catalana se encuentra con nuevas señales del paso de este genio de la arquitectura que, para mi gusto, tiene un estilo un poco demasiado recargado. Más allá de esto, hay una construcción que uno no puede dejar de visitar por ningún motivo: se trata de su obra cumbre, la Basílica de La Sagrada Familia.
Tan enorme es la construcción que sacarle una foto «de cuerpo entero» será casi imposible, salvo que nos alejemos bastante y desde la vereda de enfrente pongamos la cámara en posición vertical. Momentos como este agradecen un lente gran angular que yo no tenía.
La verdad que la primer vista de la basílica casi que me decepcionó tanto como me impactó. La razón del impacto está clara: el tamaño monumental y el grado de detalle en los ornamentos de la fachada principal son tremendos. Pero a la vez, tan recargado ese lado de la iglesia produce por efecto de contraste que el resto se desluzca: es como si le faltara algo. Y se sabe que La Sagrada Familia sigue en construcción y que todavía falta mucho por hacer, pero aún así parecía un conjunto de construcciones no homogéneas entre sí.
Y en realidad eso es exactamente así, pero uno no se entera hasta que ingresa y comienza el recorrido con la audioguía, la cual se retira en un puesto al costado derecho de la explanada, mismo lugar donde también hay que devolver los aparatos antes de las 20 hs. en unos buzones dispuestos para tal cosa.
Allí es donde uno empieza a entender la grandiosa idea de Gaudí, que quizo que cada una de las fachadas representaran una etapa diferente de la vida de Jesús: Así la fachada del frente es la del nacimiento, y la posterior es la de la pasión, muerte y resurrección. El tour de la audioguía comienza en una maqueta que representa cómo quedará la obra totalmente terminada, y luego sigue explicando con gran detalle cada una de las características de la basílica.
En la fachada del nacimiento todo es júbilo y esperanza por la llegada del salvador a la Tierra, y por eso está tan recargada con ornamentos. Y cuando digo recargada es a un nivel que no te podés imaginar. Cada una de las imágenes tiene un simbolismo bien definido.
Por supuesto está allí (luego de buscar bastante la encontrás) la sagrada familia propiamente dicha: es decir José, María y el niño Jesús recién nacido en el pesebre.
Pero la fachada está llena de símbolos y cada uno tiene su significado. Hasta el número de torres está pensado simbólicamente, ya que las doce más bajas representan a los apóstoles, otras cuatro corresponden a los evangelios, mientras que la del ábside, coronada por una estrella, representa a María, y la central y más grande, al mismísimo Jesús.
Mientras tanto, del otro lado de la iglesia la fachada es mucho más apagada y simple, casi insulsa, y hasta sus esculturas parecen más rudimentarias, en un estilo totalmente diferente al que vimos cuando entramos.
No es que Gaudí se haya cansado de trabajar y le haya puesto menos pilas a la parte de atrás, sino que esta fachada representa la pasión de Cristo, el momento de su crucifixión y muerte, y por tanto no hay mucho que festejar, sino que más bien es todo tristeza.
Lo que Gaudí muestra aquí es el más puro dolor por la partida de Jesús.
El interior de la iglesia es una cosa maravillosa en cuanto a lo que a luces y sombras se refiere. Gaudí tuvo en cuenta la ubicación de su construcción con respecto al sol para diseñar una forma de enviar el mensaje correcto a través de las luces, de acuerdo al horario del día de que se trate. Así, los colores de los vitrales difieren de un lado y otro de la iglesia.
De un lado los colores son cálidos y tiñen el interior de matices de rojo, mientras que del otro son fríos y la luz genera un tinte azulado-verdoso.
Y todo generado a través de estos vidrios de colores, estratégicamente ubicados.
La arquitectura no se queda atrás en el interior de la basílica, pues mantener semejante edificio en pie ha de ser todo un desafío. Para concretarlo Gaudí perfeccionó una técnica que ya había utilizado en otros lugares, llevándola a su máxima expresión a través de las columnas semejando árboles. De esta forma las ramificaciones superiores no sólo son algo estético y simbólico, sino que son esenciales para la estabilidad de la construcción.
Así, la basílica de La Sagrada Familia resulta una visita obligada para quien esté en Barcelona por primera vez. Lo malo es que, como casi todo en esta ciudad, habrá que pagar para poder ingresar. Si bien la entrada básica es la más económica (hoy a EUR 15) yo recomiendo fuertemente que opten por el ticket que incluye audioguía, que al momento de publicar el post está en EUR 22. Pero sin esa explicación será imposible entender el sentido que tiene cada detalle de la iglesia, y la visita entera perdería sentido.
Un buen consejo es ir con tiempo (se recomienda como mínimo una hora para recorrer la basílica con la audioguía pero a mi me llevó bastante más ya que también subí a uno de los miradores y luego visité el museo); como así también ir con los tickets ya comprados por la web. Normalmente hay mucha gente que va a visitar la iglesia y comprar las entradas en el lugar puede ser un riesgo (quizá se agoten antes de que consigas la tuya) y por supuesto que significará una pérdida importante de tiempo haciendo colas inútiles. Así que la mejor opción es visitar la web de La Sagrada Familia y comprarlas on line.
Además de la visita básica se puede subir a las torres para tener una vista panorámica de la ciudad, pero eso es ya materia de otro post.