Con un dejo de sabor amargo, Argentina vivió otra fiesta de la democracia.

Lo que son las coincidencias, no? La última vez que un traspaso presidencial me provocó fuerte emoción fue el de Nestor Kirchner, cuando en 2003 asumió el enorme desafío de levantar un país quebrado y hacerlo andar. En esa oportunidad, quién le entregó los atributos fue Eduardo Duhalde, presidente interino elegido por la Asamblea Legislativa para la difícil tarea de «bombero de la Nación». Esta asunción me mueve como aquella, porque el nuevo presidente afronta también grandes desafíos en un período que seguro no será uno más. Y como aquella vez, en esta vuelta le tocó nuevamente a un presidente interino entregar los atributos, aunque esta vez por suerte no fue consecuencia de un país en llamas, sino un mero capricho cristinista.

Es una verdadera pena que luego de 8 años de gobierno propio, Cristina Fernandez de Kirchner haya decidido darle la espalda al acto de traspaso presidencial, cuando éste en sí mismo es la más gráfica y pura representación de la democracia que tanto nos costó recuperar a los argentinos, y que tanto valoramos: la imagen de un presidente elegido por el pueblo entregándole el poder a otro presidente electo por el voto popular, una vez más, no pudo ser. Pensar que la causa fue un mero tecnicismo sería realmente ingenuo. Entiendo perfectamente que la política lamentablemente es de por sí sucia, y que con esta estrategia política Cristina se vuelve a casa fortalecida con el apoyo de una plaza llena, pero la verdad que es un egoísmo que no comparto, porque antes que la política y los personalismos están la Patria y sus instituciones, o al menos entiendo yo que deberían estarlo.

La realidad me golpea y me hace ver las cosas como son. Cristina se fue de la Rosada tal como se mantuvo en ella todo este tiempo: confrontando. Dirán algunos que es así porque es una autoritaria, argumentarán otros que esa era la única forma de enfrentar al poder económico de los medios masivos de comunicación. Pensando en lo que fueron estos doce años de kirchnerismo al poder, seguramente se haya ido así porque, simplemente, no supiera hacerlo de otro forma, al fin y al cabo ese fue el modus operandi que caracterizó a nuestro gobierno desde 2003. Y en honor a la verdad hay que decir que dió resultado, y que hoy Argentina ha salido adelante de una de las crisis más graves de las que tengamos memoria y por tanto, seguramente esa fue la estrategia correcta para esos tiempos difíciles. Pero sinceramente creo que este no era ni el momento ni el lugar para la confrontación, mucho menos para un mensaje de casi desprecio por las instituciones democráticas.

Nos faltó el símbolo, que es un detalle que hace a las grandes cosas, pero aún así el traspaso de mando fue una fiesta que todos los argentinos, de cualquier bandería política debemos aplaudir, porque es ni más ni menos que una reafirmación de nuestra vida democrática que nunca más debemos perder. Año a año, período a periódo, presidente a presidente, nuestro país irá consolidando su democracia en cada traspaso donde un funcionario elegido por el pueblo se haga cargo del liderazgo de la Nación. Y para brindar por eso no hace falta ser de derecha, ni de izquierda, ni de centro: simplemente hay que ser argentino.

Lo que queda ahora es seguir construyendo el camino democrático que iniciamos en 1983 de la mano de Alfonsín, día a día, desde aquí hasta el final del período del Ingeniero Macri dentro de cuatro años, y así sucesivamente.  Con visiones distintas pero objetivos comunes, porque en la diversidad está la riqueza. Hoy hay kirchneristas y no kirchneristas temerosos de que un cambio de gobierno signifique un retroceso en lo que es políticas sociales y de derechos humanos, por ejemplo, y la causa de esto es simple: los argentinos increíblemente aún no hemos desarrollado Políticas de Estado. Aún no nos pusimos de acuerdo en hacia dónde queremos ir, qué metas vamos a mantener trascendiendo los gobiernos, más allá de las caras de turno. El primer discurso del Presidente Macri fue esperanzador: diálogo, respeto y construcción con más justicia social estuvieron entre sus promesas, y suena a una posibilidad de no tirar por la borda todo lo realizado por el mero hecho de que «lo hizo el otro partido», sino a mantener y potenciar lo que se hizo bien, y a corregir lo que está mal. Espero sinceramente que no me (nos) defraude, y que el conjunto de la sociedad argentina sepa acompañar y controlar, en pos de un futuro más próspero para todos.

Desde aquí, mis felicitaciones y mejores augurios para el Presidente Macri. Que su presidencia sea exitosa significará un éxito para el país y su pueblo. ¡Y salud, argentinos! ¡Festejemos todos la democracia!

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