«Había una vez una hermosa princesa india que se llamaba Elcha. Su belleza era realmente llamativa y era la alegría de la tribu.»
Así comienza la leyenda que se puede leer en un pulcro cartel a orilla del agua, a unos 6 kilómetros de Los Molles, en Malargüe, provincia de Mendoza. La Laguna de la Niña Encantada es un lugar para visitar de paso hacia o desde Las Leñas y que puede combinarse con una parada en El Pozo de las Ánimas, que está muy cerca y también tiene sus leyendas.

Al salir de la Ruta Provincial 222 se estaciona y se cruza el río por el Puente de Elcha rumbo a la laguna.
Se trata de una formación geológica hoy de forma semicircular y llena de un agua con unos colores azulverdosos que serán el éxtasis de los ojos. Un lugar que, aunque pequeño, es dueño de una belleza increíble; muchísimo más si uno tiene la suerte de no coincidir con ningún contingente grande de turistas: en ese caso el agua serena y transparente que deja ver tanto el suelo de la laguna como la fauna ictícola que habita en ella y el silencio profundo del lugar funcionarán como un verdadero tranquilizante para todo aquél que llegue de la frenéticamente acelerada ciudad, y por supuesto, pueda hacer la pausa y disfrutarla.
Si bien no se llegan a ver, debajo del piso de la laguna se extiende una cantidad de túneles formados por la acumulación de bloques de roca. Los afluentes subterráneos le suministran un agua cristalina que en combinación con la lava expulsada en épocas pasadas por los cráteres del norte de esta zona volcánica hacen de esta laguna un lugar único.
Lo que no es único es el hecho de que, como otros paisajes dignos de ser visitados que encontramos en el viaje, la laguna se trata de un recinto privado. Llama la atención que montañas o espejos de agua naturales formen parte de una propiedad privada, pero celebramos que se los pueda visitar y que el precio de la entrada sea además algo lógico para lo que debe ser la mantención del lugar.
Con la salvedad, claro, de la cripta con la imagen de la virgen ubicada al fin del sendero justo al margen de la laguna, que realmente no se entiende qué hace ahí porque queda totalmente fuera de lugar. No por estar en contra de la Iglesia y sus imágines, sino porque uno no encuentra la relación entre ésta y la laguna. Esto, sumado a los puntos de selfie especialmente diseñados para dejar la cámara en automático y autoretratarte, y a los totalmente artificiales miradores, da cuenta de que está muy armado para el turismo y ahí un poco la magia se pierde, aunque cuando mirás el fondo de la laguna a través del agua autóctonamente transparente esa sensación se te va enseguida.
Es una lástima que se pueda apreciar la laguna sólo a lo lejos sin poder bajar a tocar el agua, porque la verdad que tanta cristalinidad tienta, más en un día de calor como ese en que la visitamos; pero por otro lado es también entendible y hasta esperable que así sea. Si estuviera habilitada a que nos bañemos en ella, difícilmente podría conservarse en ese estado tan puro.
Así es este lugar que podés conocer luego de cruzar el río por el Puente de Elcha. En él se mezclan la tranquilidad y belleza del lugar, los devotos católicos que van a dejarle sus ofrendas a la virgen, y las leyendas sobre una historia de joven amor indígena que ante un casamiento arreglado, encuentra la muerte en estas frías aguas de la coordillera dándole un sello de misticismo.

En la entrada están publicados los precios: $20 para adultos y la mitad para menores. Jubilados $15.
Tendrás que ir y conocerlo por vos mismo. Y quizá si vas bien temprano tengas algo de suerte como un buen hombre que me encontré ahí y que se dio el lujo de filmar el paso de las horas sobre el agua casi desde el amanecer, con los cambios de colores y tonalidades que eso supone. De seguro un espectáculo maravilloso digno de ser registrado en un excelente timelapse. Quizá algún día vuelva con este objetivo y te pueda mostrar el video en este mismo blog.