Hace más de cien años atrás, don Lorenzo Ruiz donó las tierras necesarias para el establecimiento de una estación del Tranway Rural, tren que en aquella época corría tirado por caballos, que quedaría inaugurada a unos 80 kilómetros de Buenos Aires en mayo de 1889, siendo esto también el puntapié inicial para el desarrollo del pueblo que llevaría su nombre.
Hoy en día Villa Ruiz es un tranquilísimo poblado rural al que ya no llega el tren, como a tantos otros lugares de nuestro país. Sin embargo, la estación sigue allí, en pie, y lista para recibir a los turistas y vecinos que se acerquen a tomar unos mates o a aprovechar su arquitectura para una rápida sesión de fotos.
Se trata de un pueblo pequeño a escasos kilómetros de Carlos Keen, al que se puede acceder recorriendo la ruta que parte desde este pueblo gastronómico y que en algún momento del pasado fuera el Camino Real al Alto Perú. En un punto la ruta se termina y sólo queda la vía, y más allá de ella, un camino de tierra. Esa es la señal para saber que llegaste a Ruiz.
Es ideal para ir a «colgar» una tarde luego del almuerzo y bajar un par de cambios al margen del resto del mundo. Y está a apenas una hora de Buenos Aires, y escasos minutos desde Keen. Frente a la estación se encuentra el Club Social y Deportivo, que cuando pasamos estaba en plena actividad de artes marciales, pero aún así, te podés encontrar con las chicas del pueblo aprovechando la tarde para hacer un poco de ejercicio al aire libre, caminando al rededor del predio de la estación, entre paso a nivel y paso a nivel.
La arquitectura con ladrillo a la vista te remonta a otras épocas, y la tranquilidad que se respira por las calles de este pueblo tan cercano parecen incluso transportarte a otro mundo, uno en el que tenés el extraño derecho a tomarte una pausa, reflexionar, o bien, simplemente disfrutar el momento. Uno de esos lugares donde el futuro pareciera no importar, donde se respira sólo presente, aunque con un poco de olor a pasado.
Esa misma sensación te la da ver los caballos caminando serenamente por las vías por las que en algún momento pasó el ferrocarril; y la maquinaria agrícola descansando a la vera, aprovechando ella también el sol de un fin de semana primaveral.
Adentrándote en las calles del pueblo se llega a la plaza principal, frente a la que se alza la iglesia, que es bastante moderna según se puede apreciar, y con justa razón, ya que fue construida en la década del 60. Caminando un poco más allá, el alambrado demarca el comienzo de los campos sembrados y la frontera del caserío.
Ahora bien, si la tranquilidad y la arquitectura del siglo XIX no te son suficientes, si querés una rareza, algo diferente que te emocione como a un chico, te comento que en Villa Ruiz también vas a encontrar algo de eso. Tendrás que estar muy atento para descubrirlo porque es en la punta por donde entraste al pueblo, hacia el otro lado de la ruta, donde a la vera de la vía se amontonan los fierros viejos.
La línea 57 tiene varios ramales, uno de ellos une Palermo con Luján por Acceso Oeste, y es justamente en Villa Ruiz donde tiene su cementerio de colectivos. Decenas de viejos bondis (como les llamamos a los buses en Buenos Aires) se apiñan uno al lado del otro y te atraen como si tuvieran un imán.
Asientos con tapizados rotos, motores con telarañas y años de no encenderse, y chapas desgastadas con viejas publicidades, (algunas vigentes aún hoy, otras ya caducas) se mezclan con los pastos que crecen sin control alguno, y bajo la escudriñadora mirada del caballo que pasta al lado y hace las veces de celoso y malhumorado guardia cuando alguien ajeno empieza a meterse cámara en mano entre los colectivos.
Ahora sí, cubierta la cuota de turismo aventura en las llanuras pampeanas de Villa Ruiz, podemos encarar la ruta de vuelta antes de que caiga la noche, remontándola desde el kilómetro 17 hacia un nuevo destino del que surgirá un nuevo post.