Hace algunos meses atrás, cuando mudé el blog de plataforma creé esta sección de «blog de autor» para poder escribir sobre cuestiones fuera de la temática principal. En resumidas cuentas, para poder contarles lo que yo quiera, porque de lo contrario, ¿para qué serviría tener un blog si no voy a hablar de todo lo que quiero? Imposible saber la frecuencia con que publicaré en esta sección, pues no se cuándo sucederá algo que me mueva a escribir líneas como estas,pero el miércoles pasado fue uno de esos días en que las ideas se me agolpan en la cabeza en forma desordenada y siento una revolución interna que casi en una explosión me obliga a decir algo.
A estas alturas los muy lamentables sucesos que tuvieron lugar en París son bien conocidos. Para cuando publique este post, ya mucho se habrá hablado y escrito sobre el tema, por lo que me pregunto, por mucha necesidad que haya sentido, ¿vale la pena escribir ahora? Lo pienso apenas y me respondo que sí, porque repensar los hechos y analizar el pasado es la única forma de entender el presente, y así, poder proyectar un mejor futuro. Entonces la reflexión sobre lo sucedido en la redacción de la revista Charlie Hebdo el miércoles es importante para entender las tomas de rehenes de hoy, y es imprescindible para evitar que hechos como estos vuelvan a suceder en el futuro.
El atentado a la revista en el que murieron 12 personas, como cualquier otro atentado, es un hecho aberrante que provoca el más profundo rechazo y que debe ser castigado. Como argentino me resultó difícil no trasladarme mentalmente a la década de los ’90 y recordar la mezcla de impotencia, miedo y bronca que se vivió cuando nuestro país fue blanco de ataques terroristas. Es imposible no solidarizarse con los franceses que hoy deben estar sintiendo algo parecido. Imposible también dejar de leer las noticias, investigar y tratar de entender lo inentendible. Imposible no sentir el impulso de compartir la leyenda «Yo soy Charlie» en el estado de facebook.
Sin embargo, a medida que uno se va enterando del tenor de las publicaciones de la revista, algunas cosas ya dejan de ser tan claras. No hablo por supuesto del rechazo al atentado en sí, a toda forma de terrorismo; si eso lo querés más claro echale agua. Me refiero a quién y a qué causa apoyo si posteo esa leyenda. ¿A la libertad de expresión? ¿A la paz y la justicia? ¿A las víctimas? ¿A la revista y sus métodos?
En estos días leí muchos argumentos en favor de la libertad de expresión. No nos equivoquemos, este no fue un atentado contra la libertad de expresión. Fue una reacción desmesurada y fuera de lugar a las agresiones escritas de la revista que no hacían más que incitar a la violencia, como cualquier otra agresión, por lo que el nefasto resultado, aunque doloroso e inaceptable, no puede sorprendernos.
La sátira en la que Charlie Hebdo es especialista es un recurso más que válido para expresar críticas, pero como todo, tiene que tener un límite, una frontera que nos hace civilizados, y que es el componente imprescindible en cualquier debate, y por lo tanto, un eje fundamental de la democracia. Ese límite se llama respeto y no va en contra de la libertad de expresión, sino que todo lo contrario, la sustenta, es su mayor pilar. Vos podés expresarte todo lo que quieras y debatir dando tu opinión en el tema que te venga la gana, siempre y cuando lo hagas con respeto.
Charlie Hebdo tiene publicaciones que cumplen este requisito, sin embargo, tiene otras que claramente no. Una caricatura de Mahoma desnudo y posando en una actitud casi pornográfica, una tapa que reza «el Corán es una mierda, no para las balas»… Quienes publican este tipo de cosas no merecen llamarse humoristas; yo no soy musulmán y aún así esos dibujos no me provocan risa, sino indignación. Esta gente eran unos agitadores que no tenían idea de lo que significa el respeto al prójimo (cuánto más detestable esto en un editor que justamente tiene por tarea publicar, y por lo tanto cumple la función social de formar opinión), y que se escondían detrás de la «libertad de expresión», que definitivamente es otra cosa. Si quieren expresarse en contra de algo, háganlo, pero no hace falta agredir a nadie para decir lo que piensan. Si quieren hacer sátira, háganlo responsablemente; y si no se les ocurre cómo, les recomiendo ver un poco del gran Tato Bores y, por ejemplo, su inodoro justiciero. La sátira bien hecha recurre al humor y por sobre todas las cosas a la ironía, pero sabe discernirlos de la agresión. Muchas veces camina por un dudoso y polémico gris, pero evita caer en ella. Genera pensamientos del estilo «mmm esto es medio chocante, irreverente, un poco fuera de lugar», pero no del estilo «estos hijos de puta se fueron a la mierda».
«Yo no vivo bajo la ley musulmana» decía el director de la revista y se escudaba en la libertad de expresión para publicar lo que le diera la gana. Evidentemente tampoco vivía bajo las leyes del respeto mutuo, la tolerancia a las ideas diferentes y la aceptación a culturas distintas a las propias. Gente así no le sirve a la sociedad porque donde no hay respeto como valor fundamental las ideas se desvirtúan y las acciones se violentan. Haciendo un paralelismo de esta situación: Si yo le falto el respeto a tu mamá (y caricaturas como las que publicó esta gente son una clara falta de respeto) sé perfectamente que tu probable reacción sea querer cagarme a trompadas. Es una cuestión de lógica y de tener sangre en las venas. Ahora si además, lo hago público para que te enteres vos y el resto del mundo, no sólo sé cuál va a ser tu reacción, sino que además la estoy buscando; tal como hace el defensor que al oído le cuenta al crack del equipo contrario los detalles del encuentro sexual que mantuvo la noche anterior con su hermana, en pos del codazo que le implique la tarjeta roja y un poco de más tranquilidad en el área. Claro que espera que el codazo sea leve, y no que lo deje desmayado en el campo de juego y con cinco dientes menos. Ese defensor no le sirve al fútbol para ser un deporte más sano y vistoso; y este tipo de «periodismo» no le sirve al mundo para superarse.
Ahora, al comienzo dijimos que la reflexión era necesaria para entender y tratar de mejorar el futuro. ¿Qué nos queda de todo esto, además de las víctimas, los sospechosos muertos y las manos de la policía francesa manchada con la sangre de los rehenes? Ojalá tanta muerte no haya sido en vano, nos haga pensar y abrir los ojos, y nos empecemos a respetar un poco más los unos a los otros, más allá de nuestras creencias religiosas, ideologías políticas, o incluso, colores nacionales o clubes de fútbol.
Charlie Hebdo no caminaba por la senda del entendimiento y el debate respetuoso, y por lo tanto, no aspiraba a la pacificación de una sociedad que ya bastante agitada está. Y este análisis no justifica las acciones criminales, sino todo lo contrario, busca las raíces que les dan razón de ser para identificarlas y poder extirpar el cáncer que nos consume. Por eso, y porque yo aspiro a una sociedad más justa, respetuosa y pacífica, en la que todos podamos convivir como los seres civilizados que se supone que somos, discúlpenme si cuando publican «Todos somos Charlie» yo pido que me excluyan.
Porque yo no amparo las agresiones, repudio el atentado del pasado miércoles 7 de enero, pero además, por ese mismo motivo, yo no soy Charlie.