Uno de los principales atractivos de la ciudad de San Vicente es su laguna. Si uno va ingresando a la ciudad por el acceso de Juan Pablo II y empalma con la Avenida 25 de Mayo, a partir de unas 5 o 6 cuadras más allá de la plaza principal, cualquier calle en la que se doble hacia la izquierda desembocará en la Laguna de San Vicente.
Ahora bien, cuando uno habla de una laguna, espera un espejo de agua enorme, preferentemente cristalina. Quién visite la de San Vicente se llevará una sorpresa, ya que no es tan así. Allí, el agua aparece cubierta en gran extensión por la vegetación que vino ganándole terreno desde hace décadas. El avance de la vegetación puede verse desde la vista satelital de Google Maps, que muestra lo reducido del espejo de agua en sí.
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Así, la «superficie verde» de la laguna podría fácilmente confundirse con campos de tierra firme, pero la realidad es que si uno intentara caminar por ahí se le va a complicar bastante. Por si la imagen del satélite no es lo suficientemente clara, en esta foto se ve bien lo que trato de decir. Aunque se ve vegetación a través de una gran extensión, allí abajo hay agua.
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Al igual que la ciudad que le da nombre, la Laguna de San Vicente respira historia. Incluso antes de conformarse el pueblo sirvió de fuente de agua a las poblaciones aborígenes de la zona. Como contamos en el post anterior, para el año 1618 se instaló en sus cercanías una reducción indígena que la bautizó como La Laguna de la Reducción, para luego ser llamada La Laguna del Ojo. Incluso fue testigo de la mudanza del pueblo, de una margen a la otra, ubicándose hoy el casco del mismo en la zona sur de la laguna.
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Hoy en día funciona como un atractivo turístico, y eje de del esparcimiento al aire libre. Los fines de semana con sol es el centro de recreación de los sanvicentinos que se acercan a tomar mate y hacer deportes, especialmente fútbol. Los más jóvenes aprovechan para estacionar sus autos y poner el stereo a todo volumen, y me imagino sin temor a equivocarme que en las noches de verano cambian el mate por cerveza y fernet.
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Sin embargo, esto no fue siempre así. Por años el espejo de agua estuvo casi totalmente cubierto por la vegetación, y recién en 1977 las autoridades municipales decidieron recuperarlo para establecer allí un centro de recreación y atracción turística que se convirtiera en una fuente de recursos genuinos para la localidad. Más allá de que el proyecto se demoró por demás y no se concluyó hasta finales de 1980, por la afluencia de gente que comenzó a verse en ese momento, y la que se ve hoy día cada fin de semana, se puede decir que la obra fue un éxito.
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Aún así, gran parte de la laguna sigue cubierta por vegetación, y quizá esto sea un medio propicio para el sapo gigante que vive allí y aterra a las jóvenes parejas sanvicentinas que se acercan en las noches de verano hasta aquél romántico lugar. Al parecer la leyenda del sapo gigante fue lanzada por el diario La Razón en los años ’70, cuando publicó una nota que hablaba de un monstruo de enorme tamaño que hacía movimientos y ruidos extraños en la zona de la laguna. De todas las explicaciones que he leído al respecto, la más verosímil parece ser la que habla de un local gastronómico llamado «El Sapo Gigante», donde se exhibía en una pecera un batracio de una raza paraguaya que se caracteriza por su tamaño mayor a lo habitual. Aparentemente, el bicho habría logrado escapar, y presumiblemente se habría instalado en la laguna como nuevo hogar.
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Con sapo gigante, o sin él, la realidad es que la Laguna de San Vicente es un muy buen lugar para disfrutar del atardecer, aunque es recomendable estar provistos de un buen repelente, no para los sapos, sino para los mosquitos, que sin ser de tamaños exuberantes son de lo más molesto.
Si te gustó la laguna, no podés dejar de darte una vuelta por la ciudad, así que te invito a pasar por el post de San Vicente haciendo click aquí.