La ciudad de San Vicente está más cerca de lo que a uno le suena. Allí donde se termina la metrópoli y comienza la pampa bonaerense se respira aire de campo pero aún se tiene la sensación de no estar absolutamente aislado de la ciudad. Es algo así como un mix ideal, donde los adictos a la adrenalina y al aceleramiento pueden bajar un par de cambios sin caer en la depresión del aburrimiento.
El viaje es realmente rápido; desde Hurlingham tardamos apenas una hora. Llegar será bastante simple, aunque no estará demás llevar un GPS, o al menos tener presente que San Vicente está a la izquierda de la ruta. Empalmar la Autopista Ricchieri con la Ezeiza – Cañuelas no será problema. Bajar en Canning y tomar la RN58 tampoco debiera serlo. Pero justo en la rotonda de acceso la ruta «perdió» la cartelería y se quedó únicamente con las columnas metálicas peladas, como si fueran viejos árboles podados al extremo. Sin la conveniente ayuda satelital, allí no hay certezas y entra la duda. La opción será entornar la vista y tratar de descifrar los carteles que más allá están colocados en las bifurcaciones de la ruta, pero esto puede confundirnos y llevarnos por mal rumbo, ya que del lado derecho al menos, la ruta desemboca en un camino que ya no es. Y de esto sí no habrá duda alguna porque así lo manifiesta el alambrado que corta el asfalto para darle paso al campo. Pero si se recuerda que en la rotonda hay que girar hacia la izquierda, se tomará sin problemas la calle Juan Pablo II que desemboca en el hospital, y luego de un rodeo, en el centro de la ciudad de
El casco urbano es bien típico y está determinado por la Plaza Mariano Moreno alrededor de la cual se ubican la iglesia de un lado, y la municipalidad del otro.
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La plaza es muy agradable. Limpia, ordenada y con mucho verde, en los días de sol sus bancos de madera y cemento invitan a sentarse y disfrutar de unos buenos mates, aun en épocas de invierno. Está bien cuidada y resguarda sus monumentos de la moda graffitera a fuerza de rejas, que si bien desentonan bastante con el clima cálido de la plaza, tratan de ser lo más estéticas posibles y ganarse la aceptación con sus firuletes metálicos.
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Sin rejas, en el centro de la plaza se alza el monumento a los combatientes sanvicentinos de la Guerra de Malvinas, que destacándose desde lejos por el relieve de nuestras islas pintado con los colores patrios, invita a hundirse en la historia y reflexionar sobre lo que pasó hace más de 30 años atrás. Ante los nombres inscritos en las placas solo vale un respetuoso silencio de admiración y agradecimiento.
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Unos pasos más allá está la iglesia San Vicente Ferrer, que más que invitar a rememorar el pasado, es historia pura. Erigida antes de que Argentina fuera Argentina, en abril de 1780 se celebró en ella el primer matrimonio. Quizá sea por la simpleza de su arquitectura, por lo cálido de su interior, o por su vasto pasado, pero doy fe que aún hoy jóvenes parejas llenas de sueños siguen eligiéndola para jurarse amor eterno. Mis mejores deseos para todas ellas.
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Del otro lado de la plaza, justo al lado de la municipalidad, las referencias históricas son aún más antiguas, aunque también menos apreciables. Allí, protegida por una construcción de frente vidriado que termina prácticamente escondiéndola salvo que uno la esté buscando, se encuentra la Cruz de la Reducción, el mayor de los símbolos de los orígenes de la ciudad. La enorme cruz de madera dataría del año 1618 aproximadamente, en el que los españoles establecieron a orillas de la Laguna del Ojo una reducción indígena donde los franciscanos adoctrinaban a los aborígenes; aunque otra versión la vincula a una misión católica que paró en San Vicente en 1854 con el objetivo de pacificar a los distritos de la zona que se habían adherido al federalismo. Cual sea la versión correcta, el hecho es que San Vicente tiene la particularidad de haber sido mudado en 1856 al sur de la laguna, ya que se consideró que el lugar originario era muy bajo y no permitía la prosperidad del pueblo, y la cruz se trasladó con él, convirtiéndose en un símbolo de tal importancia que pasó a ser protagonista central del escudo del partido.
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Algo que también se «mudó» fue la estación San Vicente, ya que esa fue la primer denominación de la hoy estación Alejandro Korn. Allá por 1928 se extendió el ramal hasta la ciudad, y la vieja estación pasó a denominarse Empalme San Vicente, para ceder su nombre original a la nueva estación terminal.
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El proyecto quedaría inconcluso, ya que se pretendía unir San Vicente con Cañuelas, pero esta estación no dejaría nunca de ser «punta de rieles», hasta el momento en que el ramal se cerrara, aún cuando su formato es de estación intermedia. Hoy día, según las indicaciones que uno encuentra en el andén, en sus instalaciones funciona un centro de jubilados que hasta parece tener cancha de bochas al costado de la vía.
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Pero no todo aquí remite a la época del Virreinato o la colonia. Hay también faroles de estilo ochentoso ilustrando las veredas del centro comercial, aunque no van más allá de una sola cuadra. Hay bares y restaurantes muy modernos, algunos de los cuales aprovechan la estética colonial para dar una imagen pintoresca, pero que aún así remiten más a la gran ciudad actual que a la época de las carretas. Hay huellas más contemporáneas de una de las doctrinas políticas más significativas de la Argentina y que aún hoy marca a fuego a nuestro país. Y hay también espacio para la recreación y la vida al aire libre a orillas de una laguna que forma parte de la esencia sanvicentina desde un principio.
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Pero ya va cayendo la noche y los tiempos se acortan. Es mucho lo que hay para compartir, y todo no entra en un solo post, así que sirva este como extensa introducción, y pronto estaremos profundizando en más detalles sobre esta tan culturalmente rica ciudad bonaerense.
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Nota del Autor: Este post fue publicado originalmente el 22/06/14