«Wer einen Menschen rettet, rettet die ganze Welt». Así reza la lápida de Emilie Schindler en el cementerio de Waldkraiburg, Alemania. Y no estaría demás que lo mismo rezara una placa en la fachada de una casa de San Vicente, ya que allí vivió durante más de 50 años. Dato poco conocido, que apenas si salió a la luz gracias al éxito mundial de la película La Lista de Schindler, donde Steven Spielberg cuenta principalmente la historia de su marido durante la Segunda Guerra Mundial. Como no podía ser de otra forma, Hollywood provocó una avalancha de periodistas que de repente se peleaban a codazos para conseguir una entrevista con la co-protagonista de la historia (de la real), para luego olvidarse una vez más.
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Pero a su vez, también la historia es poco conocida, o al menos, la versión de Emilie, que difiere un tanto de la que Spielberg inmortalizó en 24 cuadros por segundo, donde parece ser que las escenas que mostraban a una Emilie más heróica fueron cortadas para que el film no se hiciera tan largo. Mientras que en la película el héroe es Oskar Schindler, en palabras de Emilie su esposo era un completo cobarde y haragán, que invertía en las fábricas para evitar ser enviado a combatir en el frente, y contrataba judíos como mano de obra barata porque le era económicamente más rentable. Según cuenta, era ella quién se ocupaba de conseguir comida para sus judíos en el mercado negro, incluso a costa de vender sus propias joyas, o la que hacía las veces de enfermera y los atendía clandestinamente momentos antes de volver corriendo a su casa para servirles la cena a los jerarcas de la Schutztaffel (más conocida como SS) con quién su marido frecuentaba a fin de mantener las influencias necesarias.
También es poco conocido que antes de Spielberg ya había habido algunos intentos de dar a conocer la historia de los Schindler al mundo, y que estas versiones le daban a Emilie el rol central que se merece. Ya en 1957 Kurt Grossmann había escrito su libro «Los héroes no reconocidos» donde les dedicó un capítulo, y poco tiempo después, en 1962, Oskar firmó un contrato con la Metro Goldwyn Mayer para filmar una película que luego, a pesar de tener incluso actores designados, terminaría por no concretarse.
La tarea de determinar cuál de las dos versiones es la más veraz quedará para los historiadores. Lo que sí es un hecho, es que este matrimonio de una u otra forma salvó a más de 1200 «Schindlerjuden» al emplearlos en su fábrica, y que sortearon todos los peligros que suponía ayudar a judíos en pleno régimen nazi, poniendo en constante riesgo su propia vida.
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Al rendirse Alemania y terminar la guerra, los Schindler escaparon con un puñado de judíos y cuatro años después, en 1949, se establecieron en San Vicente para poner un criadero de nutrias que terminó siendo un fracaso. En 1957 Oskar regresa a Alemania para intentar recuperar algo del capital que había dejado en Europa, y no vuelve más, dejando abandonada a Emilie como tantas veces había hecho antes, cuando se escapaba con alguna de sus innumerables amantes, aunque esta vez sería para siempre.
En Argentina y ya sin su marido, Emilie siguió luchando a diario, ya no contra los nazis, sino con las deudas, el olvido y los achaques normales en una persona de su edad (y ni hablar si consideramos lo que vivió). Es evidente que hasta el día de su muerte en 2001, nunca le han faltado valor ni voluntad, ni un sin fin de atributos difíciles de enumerar, que la han llevado a ser junto a su marido uno de los mayores defensores de los derechos humanos, cuando los derechos humanos no existían. Es por eso que bien merece que en una puerta, a unas cuadras de la plaza de San Vicente, una placa rece «Quién salva a una persona, salva al mundo entero».
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Si querés enterarte cómo es la ciudad argentina donde vivió Emilie Schindler la mitad de su vida, date una vuelta por este post que te lo cuento.
Nota del Autor: Este post fue publicado originalmente el 8/07/14